sábado, 25 de febrero de 2012

RAMÓN PÉREZ DE AYALA. "Ramón Pérez de Ayala en dos entrevistas de hacia 1920" José María Martínez Cachero




Pérez de Ayala empezó como crítico teatral comentando en la revista «Europa» (marzo de 1910) el drama Casandra, arreglo de la novela del mismo título debida a Benito Pérez Galdós. Su segunda crítica, cinco años después, apareció en el semanario «España» e iba dedicada al enjuiciamiento de El collar de estrellas, pieza original de Jacinto Benavente. Desde entonces y hasta el estreno de La honra de los hombres (2-V-1919) siguió Pérez de Ayala, atenta y rigurosamente, la actividad dramática de Jacinto Benavente, ocupándose en sus artículos así de las obras recientes, de; La ciudad alegre y confiada(1916), El mal que nos hacen (1917) o Los cachorros (1918)-, como de otras bastante anteriores -por ejemplo, La princesa Bebé (1904)-
     Da cuenta Ayala de la reacción favorable o desfavorable, del público; reconoce que Benavente, «escritor ilustre y popular», está dotado de «industrioso y habilísimo ingenio»; sitúa la producción benaventina en «una zona epicena, de transición, en donde el clima se muda arbitrariamente del calor al frío y del frío al calor, sin alcanzar nunca grandes extremos»; y considera que el talento de su autor se distingue por la elegancia -«cierta reducción de las proporciones y pulimento de las formas» - y por la versatilidad -variedad de especies dramáticas cultivadas-.
     Existían por entonces unánime asentimiento y exaltada estimación de los valores del teatro de Benavente; acaso el público y los críticos se vieran coaccionados en sus opiniones y reseñas por semejante estado de cosas. Respecto del primero se preguntaba Ayala: «¿No será quizás que el público, prevenido por la mucha nombradía del autor y temeroso de pasar plaza de ignorante, no se atreve a confesar que le fastidian un poco [las obras de Benavente]?»; en cuanto a los críticos, Ayala, uno de ellos, alude a «la coacción intelectual mediante la cual con gesto compulsivo se nos conmina a que aceptemos este teatro antiteatral como canon sumo de todos los teatros añejos, hodiernos y venturos». Prueba de ello pudieran ser ese insistente comunicante anónimo que hasta amenaza a Pérez de Ayala, o el colega que le aconseja públicamente abandone su tarea crítica.
     No existe animosidad alguna en Ayala respecto de Jacinto Benavente, y si ha salido a la palestra como voz discrepante tampoco lo ha hecho para darse a ver o señalarse distinto frente al coro unánime. Otras son, y más importantes, las miras de nuestro crítico, nunca negador absoluto y empecinado de los méritos benaventinos pues elogia Señora ama como «genuina obra dramática, de las del canon eterno» y no duda en proclamar algunas positivas (aunque para él, secundarias) cualidades de Benavente -«abundancia de verbo, elegancia de giro, riqueza de metáfora y agudeza finísima» en La ciudad alegre y confiada-, o en afirmar, un sí es no es burlonamente, que «todas ellas [las obras de Benavente] son más o menos hábiles, ingeniosas, amenas, profundas». Urge, sin embargo, hablar con claridad y exigencia.


     Decir, por ejemplo, que las dotes que posee el dramaturgo Jacinto Benavente y que fuera «obcecación o sandez» no reconocerle han sido y están siendo mal usadas ya que se ponen «al servicio de un concepto equivocado del arte dramático», concepto que lleva en la práctica a cultivar «una manera de teatro imitada de las categorías inferiores y más efímeras del teatro extranjero» ; un teatro (el de Benavente) que «no procede inmediatamente de la vida» , un teatro, por último, en el que «no hay situaciones dramáticas (...), no hay personas dramáticas, no hay caracteres.
     La no gratuita ni malévola impugnación ayalina del teatro benaventino debió de sonar como un fuerte mazazo dentro de un recinto estrecho y en conforme silencio; produjo sus más y sus menos de aceptación, complacencia e indignación. Y es que (piensa Ayala) «cuando la verdad desnuda sale por entero del pozo en donde por pudor está casi siempre escondida, se nos figura enorme, cuando no ridícula, y, a veces, hasta monstruosa». Se amplió así la nombradía de Ramón Pérez de Ayala, hasta entonces sostenida por sus versos y sus narraciones, de lo cual dan fe las entrevistas y entrevistadores asunto de este trabajo.


No hay comentarios: