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Ramón Gómez de la Serna.
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Acabó su misión sobre la tierra,
y dejó su existencia carcomida,
como una virgen al placer perdida
cuelga el profano velo en el altar.
Miró en el tiempo el porvenir vacío,
vacío ya de ensueños y de gloria,
y se entregó a ese sueño sin memoria,
¡que nos lleva a otro mundo a despertar!
Era una flor que marchitó el estío,
era una fuente que agotó el verano:
ya no se siente su murmullo vano,
ya está quemado el tallo de la flor.
Todavía su aroma se percibe,
y ese verde color de la llanura,
ese manto de yerba y de frescura
hijos son del arroyo creador.
Que el poeta, en su misión
sobre la tierra que habita,
es una planta maldita
con frutos de bendición.
Duerme en paz en la tumba solitaria
donde no llegue a tu cegado oído
más que la triste y funeral plegaria
que otro poeta cantará por ti.
Ésta será una ofrenda de cariño
más grata, sí, que la oración de un hombre,
pura como la lágrima de un niño,
¡memoria del poeta que perdí!
Si existe un remoto cielo
de los poetas mansión,
y sólo le queda al suelo
ese retrato de hielo,
fetidez y corrupción;
¡digno presente por cierto
se deja a la amarga vida!
¡Abandonar un desierto
y darle a la despedida
la fea prenda de un muerto!
*
Poeta, si en el no serAún se queja su alma vagamente, El oscuro vacío de su vida. Más no pueden pesar sobre esa sombra Algunas violetas, Y es grato así dejarlas, Frescas entre la niebla, Con la alegría de una menuda cosa pura Que rescatara aquel dolor antiguo. Quien habla ya a los muertos, Mudo le hallan los que viven. Y en este otro silencio, donde el miedo impera, Recoger esas flores una a una Breve consuelo ha sido entre los días Cuya huella sangrienta llevan las espaldas Por el odio cargadas con una piedra inútil. Si la muerte apacigua Tu boca amarga de Dios insatisfecha, Acepta un don tan leve, sombra sentimental, En esa paz que bajo tierra te esperaba, Brotando en hierba, viento y luz silvestres, El fiel y último encanto de estar solo. Curado de la vida, por una vez sonríe, Pálido rostro de pasión y de hastío. Mira las calles viejas por donde fuiste errante, El farol azulado que te guiara, carne yerta, Al regresar del baile o del sucio periódico, Y las fuentes de mármol entre palmas: Aguas y hojas, bálsamo del triste. La tierra ha sido medida por los hombres, Con sus casas estrechas y matrimonios sórdidos, Su venenosa opinión pública y sus revoluciones Más crueles e injustas que las leyes, Como inmenso bostezo demoníaco; No hay sitio en ella para el hombre solo, Hijo desnuda y deslumbrante del divino pensamiento. Y nuestra gran madrastra, mírala hoy deshecha, Miserable y aún bella entre las tumbas grises De los que como tú, nacidos en su estepa, Vieron mientras vivían morirse la esperanza, Y gritaron entonces, sumidos por tinieblas, A hermanos irrisorios que jamás escucharon. Escribir en España no es llorar, es morir, Porque muere la inspiración envuelta en humo, Cuando no va su llama libre en pos del aire. Así, cuando el amor, el tierno monstruo rubio, Volvió contra ti mismo tantas ternuras vanas, Tu mano abrió de un tiro, roja y vasta, la muerte. Libre y tranquilo quedaste en fin un día, Aunque tu voz sin ti abrió un dejo indeleble. Es breve la palabra como el canto de un pájaro, Mas un claro jirón puede prenderse en ella De embriaguez, pasión, belleza fugitivas, Y subir, ángel vigía que atestigua del hombre, Allá hasta la región celeste e impasible. De: Las nubes |
Luis Cernuda |