domingo, 30 de enero de 2011

¿Quién es el público y dónde se encuentra? -ANÁLISIS-

Mariano José de Larra



Artículo aparecido el 17 de agosto de 1832 en El Pobrecito Hablador, revista satírica de costumbres.

ESTRUCTURA


  1. Presentación del autor y justificación del tema.
  2. El tema en cuestión es de naturaleza problemática y requiere una solución.
  3. Descripción de hábitos populares/colectivos. Recorrido de los personajes por las avenidas, café y teatro.
  4. Una Conclusión que se podría sintetizar en: Siendo el público “injusto y parcial”, “maligno y mal pensado”, “rutinario y novelero”, se le utiliza interesadamente como “el pretexto , el tapador de los fines particulares de cada uno”.


ESTILO


«¿Qué alicientes traen al público a comer a las fondas de Madrid?». Y me contesto: «El público gusta de comer mal, de beber peor, y aborrece el agrado, el aseo y la hermosura del local». Desdoblamiento discursivo, por un lado la creación de un locutor ingenuo y bobalicón y por otro la mirada de un autor serio y cabal. Ambas formas planean sobre todo el artículo en pro de la ironía, por tanto, de la evaluación crítica del público. El contraste de ambos locutores favorecen la dinamicidad del texto. Mordaz, incisivo y tajante.


Y en todas partes muchos majaderos, que no entienden de nada, disputan de todo” y que, “por lo regular siente en masa y reunido de una manera muy distinta que cada uno de sus individuos en particular”. Larra manifiesta su acritud y misantropía a través de la observación de la masa como un grupo conglomerado de personas con casi (o ninguna) diferencia entre sí ya que el pensamiento individual se disuelve en una tontuna colectiva.

Y esa opinión pública tan respetable, hija suya sin duda, ¿será acaso la misma que tantas veces suele estar en contradicción hasta con las leyes y con la justicia? ¿Será la que condena a vilipendio eterno al hombre juicioso que rehúsa salir al campo a verter su sangre por el capricho o la imprudencia de otro, que acaso vale menos que él? ¿Será la que en el teatro y en la sociedad se mofa de los acreedores en obsequio de los tramposos, y marca con oprobio la existencia y el nombre del marido que tiene la desgracia de tener una loca u otra cosa peor por mujer? ¿Será la que acata y ensalza al que roba mucho con los nombres de señor o de héroe, y sanciona la muerte infamante del que roba poco? ¿Será la que fija el crimen en la cantidad, la que pone el honor del hombre en el temperamento de su consorte, y la razón en la punta incierta de un hierro afilado?”


¿En qué consiste, pues, que para granjear la opinión de ese público se quema las cejas toda su vida sobre su bufete el estudioso e infatigable escritor, y pasa sus días manoteando y gesticulando el actor incansable? ¿En qué consiste que se expone a la muerte por merecer sus elogios el militar arrojado?¿En qué se fundan tantos sacrificios que se hacen por la fama que de él se espera?” Ejemplos del procedimiento de preguntar a un interlocutor que al parecer también estaban presentes en el artículo del escritor francés Jouy.


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