domingo, 29 de enero de 2012

MARIANO JOSÉ DE LARRA. Contexto.

Don Joaquín: ¿Quién puede vivir aquí?
¡Son tan injustos los hombres!
Suelo el ánimo esparcir
en mofarme de los tontos
que abundan en mi país;
y en lugar de agradecerme
que yo les desasne así
se amoscan, me desafían…
Me voy, me voy de Madrid (…)
LARRA. Me voy de Madrid. Comedia, estrenada en 1835.






Nació en Madrid en el año 1809 y a los cuatro años se traslada a Francia; consecuencia del exilio de su padre, -colaborador de las fuerzas invasoras napoleónicas-. Primero se estableció en Burdeos, más tarde, en Estrasburgo y París.
Larra regresa a España en 1818 y acude al Real Colegio de las Escuelas Pías de San Antonio Abad. En 1822, por motivos políticos, su padre trasladará la familia a Navarra. En 1824, regresa a Madrid, asistiendo al Colegio Imperial de la Compañía de Jesús. Ese mismo año comienza la carrera de leyes en la Universidad de Valladolid, pero la abandonará al año siguiente.
Desdeñó la formación universitaria, en cambio, ingresó en el Cuerpo de Voluntarios Realistas, al servicio de Fernando VII, y aceptó un empleo de escribiente. Comenzó a frecuentar tertulias madrileñas, que ejercieron en él un impulso determinante como crítico teatral, periodista y dramaturgo. En 1828, cuando Larra comenzó a sobresalir en estos ambientes, las tertulias eran la principal vía de propaganda de los nuevos movimientos literarios y el centro de polémica intelectual (Fernando VII había censurado las publicaciones que, tiempo atrás, cumplían con esta función). El debate oral, había sustituido al escrito.
No sé sabe con precisión los círculos a los que acudía Larra, algunos biógrafos dicen que asistió a la Sociedad de los Numantinos, con José Espronceda a la cabeza; pero es más segura su participación en las tertulias del Duque de Frías y del Conde la de Cortina, entre otras muchas; además de los cafés Venecia, Morenillo y Levante. Pérez Galdós, en Mendizábal, sitúa a Larra en el Café Nuevo y en la tertulia de El Parnasillo, en el Café del Príncipe; según Mesonero Romanos, el café más destartalado, sombrío y solitario. Este café desvencijado, se convirtió, a pesar de todo, en “el ombligo intelectual del Madrid romántico”, como diría Antonio Espina.
Larra cambio la vida universitaria, por la universidad de la tertulia, y se pudo convertir en escritor independiente. Cuando el autor no había cumplido aún los 19 años, editó la revista El Duende Satírico del Día, cuyo primer número apareció el 26 de febrero de 1828. En el segundo número de este cuaderno, publicado en 31 de marzo, Larra incluía su primera crítica teatral, dedicada a un famoso melodrama: Treinta años o la vida de un jugador de V. Ducange; donde el estrenado crítico abordaba cuestiones como la innovación teatral, el efectismo romántico y el problema de la verosimilitud. Esta primera crítica, casi adolescente, ya desvela su perspicacia, intuición y talento.
La educación juvenil de Larra se desenvolvió dentro de principios, ideas y directrices ilustrados, pero su existencia tuvo una naturaleza netamente romántica, lo que hizo que sus premisas ilustradas se transformasen en expresión literaria del romanticismo, de un romanticismo muy dramatizado. El romanticismo fue, ante todo, una forma de vida; sólo después, se convierte en materia artística, como nos recuerda Ortega y Gasset.
En su corta vida el teatro interesó a Larra de modo extraordinario y precoz, ocupando la mayor parte de su creación literaria. En el artículo Mi nombre y mis propósitos afirma, tajantemente, que el teatro será su objeto principal. Consideraba que “los teatros son el termómetro de la civilización de naciones”, de ahí su importancia (más tarde, algo parecido dirá García Lorca: "El teatro es uno de los más expresivos y útiles instrumentos para la edificación de un país y en barómetro que marca su grandeza o su descenso.")
Grimaldi fue el gran hombre de teatro de la época, empresario y director de los teatros del Príncipe y de la Cruz. Contribuyó, con aire francés, a la renovación de las escenografías, el arte interpretativo y dió cabida a las técnicas vocales más verosímiles, además de apoyar la entrada en España de traducciones y adaptaciones del teatro francés. También se fijó en los jóvenes autores españoles románticos, encargándoles dramas, traducciones y adaptaciones; entre ellos a Larra.
La actividad frenética del romántico español en torno al teatro, no le impidió que sacase a la luz la revista El Pobrecito Hablador, cuyo primer número se imprime en agosto de 1832. Ya entonces ha cultivado el teatro como autor y traductor, descubriendo las tendencias del teatro postromántico, que se va adulterando de los escenarios europeos; y también conoce, a través de Grimaldi, los entresijos que conducen a una puesta en escena, más allá del texto: ensayos, preparación del decorado, vestuario teatral, problemas de iluminación, etcétera. Todos los retos a los que se enfrenta el teatro español para su modernización. Este sentir se cuela en su nueva publicación El Pobrecito Hablador, así como en sus abundantes colaboraciones con La Revista Española, desde noviembre de 1832; simultaneadas con las críticas aparecidas en El Correo de las Damas en 1833. En ambas publicaciones, incluye reflexiones sobre la manera de revitalizar el teatro en España, la naturaleza y las singularidades de los dramaturgos y la condición del público. En 1835, pasará a El Español, El Redactor General y El Mundo, publicación a la que está adscrito en 1837, cuando se suicida.
En la vida de Larra, el teatro ocupa un proyecto vital e indispensable, recalcado insistentemente por él mismo. Larra fue una figura indispensable, como autor dramático, para las trasfiguración de nuestra escena. Estrenó el Macías, convirtiéndose su personaje protagonista en uno de los primeros héroes trágicos de nuestro teatro romántico, junto al Ruggiero de Martínez de la Rosa. Sus dramas, tan denostados, poseen, al menos, el irrefutable valor de la innovación creativa.
Además de ser una crónica de primera mano de la escena madrileña, los artículos teatrales de Larra, son el acta fundacional de la crítica del espectáculo escénico en su sentido más estrictamente moderno. Un espíritu de crítica innovador, semejante al que poseían sus obras de teatro. Sus críticas están dotadas del mismo fin que Friedrich Schegel, impulsor de la crítica romántica europea, reclamando generar una polémica creadora que contribuyese a completar un estilo literario naciente.
Dice Gustavo Adolfo Bécquer de la crítica de Larra: “Cierto, muy cierto es que Larra debe sus más bellos laureles a la sátira; pero muy lejos estuvo siempre de emplearla cuando de examinar alguna obra literaria se trataba. Véanse, si no, sus célebres críticas del drama Antony, la del Trovador, Los amantes de Teruel (…), y se verá que en él, tan aficionado a lucir aquellas dotes satíricas que el cielo le hizo poseedor, dejaba la burla a la puerta cuando se trataba de penetrar en santuario de la crítica literaria”
La crítica de Larra no solo es literaria, es decir, sobre literatura, sino que una de las mayores innovaciones del romántico, consiste en romper con el texto teatral, para convertirse en una crítica teatral del espectáculo escénico representado. Larra fija sus análisis sobre la representación ante el público, valorando el texto solo en su faceta oral, comunicado por los actores sobre el escenario. En esto se muestra Larra auténticamente revolucionario. Alejado de los propósitos normativos de la crítica neoclásica del Antiguo Régimen, Larra escribe sobre teatro con plena conciencia de su carácter histórico y sus vínculos con la sociedad. No valora las obras con arreglo a los baremos de otras precedentes.
Es patente el conflicto de un Larra romántico que sueña con un mundo reformado, pero que experimenta una violenta confrontación de sus aspiraciones libres con un mundo real que las destroza, originando una profunda decepción que desemboca en actitud desesperada.

Biografía Larra, aquí y allá.



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