domingo, 29 de enero de 2012

MARIANO JOSÉ DE LARRA. Críticas.



El sí de las niñas de Leandro Fernández de Moratín



Larra comienza su texto igual que un artículo de reflexión social. Basándose en el argumento de la obra crítica ferozmente los vicios de la educación; aunque de forma velada: sus coetáneos han dejado esos vicios en el pasado. “Han desaparecido muchos de los vicios radicales de la educación (…) Rancias costumbres, hijas de una religión mal entendida (…) el espíritu opresor que ahogó en España (…) el vuelo de las ideas”. Crítica al gobierno, hablando de tiempo pasados, no pueden tener ideas diferentes a suyas (el lector es capaz de identificarlo con el tiempo actual). El estilo de Larra es claro, pero no por ello menos literario, utiliza largas frases subordinadas y sutiles metáforas que aclaran su análisis.
El primer párrafo, de extensión considerable -el texto se compone de tres-, le sirve como introducción y tesis. Establece una reflexión en torno a la sociedad de su tiempo y la herencia que arrastra: los abuelos no pudieron sentir, por lo que no dejan sentir a sus nietos. Alabanza a las nuevas generaciones en búsqueda de libertad. Esta reflexión le lleva a hablar de El sí de las niña. Al principio, el teatro es una simple excusa para la reflexión; luego, se convierte en el principal protagonista.
Alabanza a la obra: “gran composición”. La compara con otras composiciones de grandes autores, Moliere; El sí de las niñas es una composición de época, local, no como El avaro. Es la mejor obra de Moratín y le asegura la inmortalidad; es el punto más alto al que puede llegar el maestro. El sí de las niñas, para Larra, es una obra perfecta.
Crítica literaria: se centra en el texto y su estructura: toda la obra está contenida en el tercer acto. Engrandece al escritor a partir de la obra y su composición. Sigue recogiendo y desarrollando ideas apuntadas con anterioridad: diferencias entre Moratín y Molière: el español da más importancia a las situaciones de sus héroes, quizá sea por el carácter de la época en la que ha vivido. Nunca se separa de las circunstancias sociotemporales.
Cualquier comentario particular sobre la obra le permite establecer una conexión más general y de carácter sociopolitico, utiliza las virtudes de la representación para posicionarse políticamente. Comparte las ideas que Moratín desarrolla en El sí de las niñas, debido a su educación ilustrada -¡crítica amante!, (en nomenclatura de Ortega)-. Además, en determinados momentos, tiñe su cita con lúcidos aforismos: “en el mundo está el llanto siempre al lado de la risa”
En el último párrafo y medio, se centra en la escenificación, que ha sido digna de aplauso (no nos habla de la escenografía, ni de la figura del director: recordemos que es a finales del S.XIX cuando ésta empieza a cobrar real importancia). Fija su atención en la reacción del público: no solo ha llorado el bello sexo, “nosotros, los hombres, también hemos llorado”. Moratín transita, sabiamente, entre la comedia y el melodrama. Defiende el texto dramático, denostando las adaptaciones o versiones que lo pervierten: “felizmente la memoria no se puede prohibir”.
El último párrafo le utiliza para hablar de la interpretación actoral: crítica la declamación: “hubiese sido mejor si la señorita Pinto no hubiese chillado tanto”. Alaba la búsqueda de verosimilitud y, en general, la interpretación de todos los actores, aunque no permite que bajen la guardia: como ha comprobado que pueden ser buenos, hay que ser severos cuando no lo sean.

Julia de Eugène Scribe.






A pesar de firmar la traducción de la obra, bajo el seudónimo de Ramón Arriala, Larra señala la falta de innovación de esta obra: comedia correcta que sigue los parámetros dictados por la historia o la Academia.
Comienza su crítica con una reflexión general: “todo en la vida es fórmula”, una frase que le sirve para argumentar su texto. Pone las bases del mundo a partir del cual justificará su análisis. Utiliza la enumeración evocadora de imágenes, basadas en el mundo militar; estas imágenes apoyan, sutilmente y de forma sensorial, el inicio del artículo. Usa las frases interrogativas para generar tensión y crear la musicalidad interna del texto. Comparte con el lector su reflexión, invitándole a sacar sus propias conclusiones: “¿Qué es un abogado (…) Qué es un médico (…) Qué es la vida toda (…)?”
Desarrolla una frase general hasta llegar a la particularidad del mundo del teatro: en la aplicación de la fórmula de una comedia está el talento. Las novedades siempre son pequeñísimas. Al principio, la crítica se muestra más ambigua; según se desarrolla el texto el lector obtiene más pistas sobre el posicionamiento del crítico, aunque nunca de forma explícita: Julia es una obra que se adapta a la regla.
“Nada más parecido a un hombre que otro hombre, nada más semejante a un pueblo que otro pueblo (…) nada, en fin, más igual a una comedia que otra comedia”. La comedia está compuesta por personajes tipo, los mismos de otras. “Julia interesa cuanto interesa”.
Establece un decálogo sobre la escritura de una comedia “correcta”: “(…) si ha de haber viejos, ridículos y regañones (…) unas cuantas gracias de más o menos buen gusto (…) algún toquecillo de sensibilidad en la situación de la dama” ¿La comedia es buena, simplemente, porque es una comedia? El teatro debe buscar avanzar, reciclarse y mostrar el espíritu de su tiempo;  aunque esté bien hecho.
Desarrolla el argumento de Julia; compronando que se cumplen las reglas más canónicas, (anteriormente citadas). La crítica se argumenta en sí misma, en su propia realidad. Habla individualmente de los personajes. “Hay gracias delicadas y sensibilidad”. Su traducción se ajusta a las reglas (al contrario que en Siempre, también de Scribe, donde la traducción del propio Larra es de “mano maestra”); incluso el público y su aplauso se ajusta a las pautas marcadas. La representación: de fórmula, buena y mala.
Al final, Larra se vuelve más crítico. Acaba su texto con una anécdota madrileña, una fábula con moraleja, que da la clave sobre la impresión que le causo la puesta en escena: “No hacemos la comedia -dicen como el loco- porque no la hagas, no la temas”.
Un texto de apariencia tibia, que crítica la tibieza de la obra y de su representación.



Conseguir con el desprecio lo que no pudo el amor (refundición de El poder de la amistad y venganza sin castigo de Agustín Moreto)




Por su brevedad y excesiva descripción está crítica es la más contemporánea. El texto se compone de tres párrafos, cortos. En el primero desarrolla el argumento, la trama y relaciones de los personajes. El asunto de esta comedia se basa en otra: “Por lo demás, creemos que El desdén es muy superior a La venganza sin castigo”.
El segundo párrafo corresponde al segundo acto: un baile “lindamente compuesto y ejecutado”. Desliza un comentario crítico, alaba a dos de los intérpretes, y asegura que la comedia se ha puesto en escena con “gran esmero y bien servida de decoraciones”. “El público aplaudió como era de esperar”.
La obra ha pasado sin pena ni gloria por los escenarios madrileños, sentimiento reflejado en la crítica.

La familia del boticario de Félix Augusté Duvert y Víctor Varin


Utiliza frases interrogativas, al inicio de la crítica, para situar al lector. El primer párrafo se desarrollará, de aquí en adelante, como reflexión que atraviesa todo el texto: “¿(…) habíamos acabado de ver salidas y actores nuevos porque estamos a fines de mayo? ¿Cuándo acabaremos de conocer a nuestra gente (…)?”.
Para ejemplificar críticamente esta situación, se vale de una anécdota, de tono jocoso, que le ocurrió a cierto sujeto de Ubeda. El público alaba a los nuevos actores: “El publico es de la misma opinión y yo también; vayan saliendo actores sin cuidado, que conforme ellos vayan saliendo, nosotros los iremos alabando”. Alabar en el sentido de jactarse de acciones vergonzosas. Fina ironía.
Centra su texto en los actores, en el papel que han realizado las nuevas incorporaciones venidas de provincias y que no han sabido interpretar como se esperaba. Quizá estas actrices serían buenas para otros personajes: “(…) podrían ser una adquisición buena para el teatro si se las aplica a ciertos papeles (…) de tercer orden, que a veces, pueden ser interesantes”
En el penúltimo párrafo se centra en la representación, señalando la “divertida calva del señor boticario” que todo lo inundaba, haciendo un juego irónico y exagerado: satírico. No está de acuerdo con que los actores, como él había escrito con anterioridad, se cubran “ni aun la más pequeña porción de su fisonomía”. Le culpa, por no haberlo leído y taparse, igualmente; ridiculizando sus razones de peso.
En esta crítica fija su mirada en las nuevas caras de los actores, que no le han gustado, como elemento más reseñable. Apenas nos da datos sobre la representación o el texto. “Con respecto al Califa, nos contentaremos con decir que si nos ofrecieran una plaza de califa en Bagdad con la condición precisa de volverla a oír cantar, mejor querríamos quedarnos Fígaro para toda la vida”. “La señora Serrano hizo lo que pudo, pero fue una lástima que no pudiera hacer nada” Rescata a Alard.
La crítica se cierra en sí misma hablando de los actores. La obra no merece mayor atención.

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