domingo, 19 de diciembre de 2010

Ya soy español


Ya soy español


Habaguanex


Cuando se nace en un país del tercer mundo, desde que tienes uso de razón oyes por todos lados que eres considerado un ciudadano de segunda, ante esto tienes dos opciones: Conformarte, o luchar por dejar de serlo. A la inmensa mayoría de la gente que conozco le suele ocurrir lo primero, pero los hispanoamericanos tenemos la complicada y bendita posibilidad de adoptar la nacionalidad española si nuestros antecesores inmediatos han nacido en la madre patria, y de este modo muerto el perro se acabó la rabia. En el caso de los cubanos el poder hacerte con cualquier nacionalidad ajena, tiene una connotación aún más amplia. Te permite salir de esa idílica y florida jaula, o sea largarte.

Por suerte para mi españoles eran mis abuelos, el uno gallego y el otro asturiano, Quirino y Joaquín. Ante esta realidad busqué la forma de hacerme con la documentación que acreditara mi parentesco. La tía Marta que era quien la tenía en su poder nunca nos la quiso dar, mi padre un día no se anduvo con miramientos y me dijo: Mira hijo, no te hagas más ilusiones, mi hermana se niega a darme información sobre tus abuelos, quiere dice, que la herencia en tierras que tenemos allá tiene que ser recuperada por ella. Además se propone ser la primera de la familia en hacerse española. Esta noticia me dejó estupefacto, pero de ningún modo me hizo amilanarme, continué mi búsqueda como un auténtico sabueso, no podía renunciar a la única posibilidad que tendría en mi vida.


Al saber que iría contratado a Mónaco con la compañía Tropicana para actuar durante un mes, vi más cerca la posibilidad de conseguir el mapa del tesoro como narrara Robert L. Stevenson, incluso antes que mi querida tía. España estaría muy cerca de Montecarlo, al menos se podía con calma ir andando. Entonces me vino a la mente la idea genial de ir directamente al cementerio de Colón en La Habana donde supuestamente estaba enterrado Joaquín, el asturiano. Allí con ayuda y escarbando entre montones de papeles apolillados, pude encontrar lo que parecía ser y fue el certificado de defunción del abuelo. Imagino que el pobre hombre nunca recibió en vida el interés de encontrarlo que ahora yo le profesaba, ya que según las malas lenguas huyó con una negra joven y abandonó a mi pobrecita abuela, por lo que nadie de la familia quiso saber más de él.


Teniendo ya la llave para iniciar el proceso, era necesario entonces viajar. Con los pies del otro lado del charco y cumplido el mes de contrato previsto en el principado, burlé la vigilancia de la organización de la compañía y tomé rumbo a España, vamos que me escapé. Dejé mi maleta llena con papeles y de cuanta porquería encontré en la calle llevándome mis cuatro trapos en una bolsa para despistar y no fueran detrás de mí al verla muy vacía en mi habitación. Estaba seguro de que sería español y ya nada tendría que temer.


En agosto del 2000 llegué a Pamplona y fue allí donde comenzó la segunda etapa del decatlón para lograr mi objetivo. Desde la tierra de “Los San Fermines” encontraría como sus protagonistas andando o corriendo, el modo de llegar a la plaza, abriría una pequeña mirilla desde la que podría planear hacerme con el pedigree de mis abuelos, y dejar de ser tratado como un chucho. Muchos avatares tuve que sortear por el camino, y dediqué tanto tiempo y esfuerzo como el que supongo empleó Ulises para llegar a donde la Penélope. Cierto es que en el intento perdí el tacón cual Cenicienta, pero un buen día llegó el príncipe, mejor dicho el rey de España y jurándole fidelidad a él y a la Constitución, tuve por fin en mis pies el ansiado calzado.


Festejé con mis mejores amigos en una ceremonia en la que el mantón, las castañuelas, las paella, y la tortilla española fueron por fin legalmente mías. Lo pasamos muy bien, todos me decían: Ahora por fin te has librado de los Castro, ahora ya eres español, de los nuestros. Otro gritó después de tener varias cañas en sangre: No quiero desilusionarte, pero te tratarán igual de mal que a mí que he nacido aquí. Con estas palabras mi alegría no encontraba donde almacenarse, y las palabras de este último amigo salieron por la puerta acompañando al humo de tabaco.


Respiré entonces con alivio, uff Al fin ya soy español. En este punto solo quedaba probar el antídoto que ahora tenía en mis manos, era necesario estrenar mi nueva condición. ¿Y qué mejor manera de hacerlo que volver como turista a La Habana? Al fin podría ser tratado como un señor, me hospedaría en un hotelito con mi familia, no tendría que pagar por segunda vez las tasas de la aduana, y no me tratarían como un traidor.
Las ansiadas vacaciones llegaron y cuando me dispuse a comprar el billete…


Su pasaporte por favor.


Aquí lo tiene.


(Lo analiza, y después de unos minutos), Pero usted nació en Cuba


Si.


Ah pues usted tiene que viajar con el pasaporte cubano, ¿lo tiene en regla?


No, yo soy español, no necesito el cubano.


Se equivoca usted, las leyes de Cuba establecen que si es usted nació allá, de nada le vale el pasaporte español. Tiene usted que tener el cubano en regla con un permiso de entrada, y el español lo puede dejar aquí. Le aseguro que no le hará falta.


Pero… Ya soy español.


Nada, son las leyes de Cuba.


(Montado ya en el avión a punto de aterrizar en la Habana, la azafata anuncia por los altavoces)
Todos los pasajeros que no sean españoles deben rellenar un formulario, así lo exigen las autoridades cubanas.


Oiga señorita, pero yo soy español, he traído mi pasaporte.


Guárdeselo usted, aquí no le vale


¿Cómo, y para qué entonces me hice español?


Usted sabrá, pero hágase a la idea de que aquí es como si no lo fuera.


No creo tener que contarles que de hotelito nada y no me libré de pagar las tazas aduanales por segunda vez, ni obviamente de las demás torturas comunistas.


De vuelta a Madrid me entero de que en se estaban haciendo las primeras audiciones para el concurso “Operación Triunfo”. Como estudié la carrera de canto inmediatamente llamé, era la oportunidad de darme a conocer.
Hola llamo para inscribirme, quiero hacer las audiciones para el concurso.
Una señorita me responde en catalán. Yo Continúo hablando en castellano entre otras cosas porque es la lengua de mi nacionalidad y sinceramente de catalán bona nit y poco más. Ella continuó hablando sin darse por enterada de que no hablaba su idioma. Mi insistencia hizo que diese su brazo, o mejor dicho su lengua a torcer y finalmente me hablara en español
¿Pero es usted español?


Sí, claro


¿Está usted seguro, dónde ha nacido usted?


En Cuba, pero soy español, me dieron la nacionalidad por mis abuelos.


Ah, pero no nació en España. Mire las normas de televisión española es que el concurso es para nacidos aquí, ¿me entiende?


Oiga…oiga…


Tuh..tuh…tuh…


Al llegar a Chicago en el 2006 para realizar una gira artística, ya en la aduana.


Oiga, usted pase por aquí.


¿Qué?, Perdone pero vengo con una compañía para un espectáculo, son esos mis compañeros.


Sí pero usted debe esperar, es cubano.


Si, lo soy, pero también ya soy español.


(Con voz inquisitiva y acento puertorriqueño)
Los cubanos no son fiables, su gobielno es enemigo de Estado Unido.


¿Y qué culpa tengo yo? Me fui de Cuba hace años, no tengo nada que ver con el gobierno.


Le repito que ha nacido usted allí, y debe someterse a un interrogatorio y a la revisión de su equipaje.


(En un cuarto)
¿Oiga, pero es necesario que me desnude también?


Es usted cubano, señor.


(Probé entonces con el mejor acento cubano que pude sacar, para congraciarme) Pero mi helmano Puelto rico y Cuba siempre fueron yuntas, allí se fueron desde Cuba la Lupe y Olguita Guillot.


Ellas eran puertorriqueñas señor, continúe y cuidado por donde anda.


¡Vaya! y eso que ya soy español

El último episodio en el cual casi creí mi batalla perdida, fue cuando, Mª Lurdes una mezzosoprano cubana y negra, nacionalizada española como yo, preparamos un concierto en el Centro catalán de Madrid.


El director nos dijo:
Tenéis que poner en el programa la “Mazurca” de Luisa Fernanda, eso a la gente le vuelve loca.


Sin problemas, la pondremos. Le respondí.


El público nos recibió muy bien hasta que cantamos el dichoso dúo.


A la sombra de una sombrilla de encaje y seda con voz muy queda canta el amor…
Yo soy un caballero español…
Yo no soy extranjera


El público muerto de risa daba gritos, y un señor fue a más, con un gran berrido gritó: ¡Anda que no se les nota que no son españoles!


(Al señor lo sacaron de la sala, pero esto no impidió que el resto no parara de reírse, el concierto acabó lógicamente, terminamos el dúo como pudimos y nos fuimos con el rabo entre las piernas)


Imagino que fue difícil creer que esa negra inmensa fuese castiza, pero es lo que hay. ¿Y ahora qué, debía cargar con el estigma de ser un pato que no llegó a ser cisne? Nada de eso colega, Ya soy español, y aunque me vaya a la Conchinchina lo seguiré siendo. Por eso cuando España ganó el mundial, salí por toda la Castellana hasta Cibeles envuelto en mi bandera de España gritando con todos: YO SOY ESPAÑOL, ESPAÑOL, ESPAÑOL, ESPAÑOL. YO SOY ESPAÑOL, ESPAÑOL, ESPAÑOL, ESPAÑOL.
FIN

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