martes, 8 de marzo de 2011

Las huellas de Ibsen bajan por las escaleras


Ibsen. Tras el cristal. Dramaturgia y dirección: Ignacio García May. Espacio sonoro: Eduardo Aguirre de Cárcer. Pianista: Isabel Arévalo. Vestuario: Almudena Rodríguez Huertas. Diseño gráfico: Noray. Reparto: José Luis Patiño, Xenia Sevillano. Producción: Tigre Tigre Teatro. Fecha: 7, 14, 21 y 28 de Marzo a las 20:30. Lugar: Sala Calvario. Teatro de la Espada de Madera. Madrid.


Si hay algo que ha definido el teatro, desde sus orígenes, es la conciencia del espacio. Aunque no siempre haya sido la misma, esta categoría siempre ha estado en el centro de la diana permitiendo la innovación y el cambio. Por lo tanto, se puede afirmar sin miedo a la equivocación, que uno de los primeros pasos que ha de dar el creador escénico a la hora de imaginar su espectáculo es buscar el espacio en donde éste se va a desarrollar, ya que es diferente presenciar una obra pensada para cuatrocientos espectadores en un teatro de escasas butacas.
Ignacio García May da de lleno en el blanco y acierta al presentar Ibsen. Tras el cristal, la nueva producción de Tigre Tigre Teatro, en la Sala Calvario del Teatro de la Espada de Madera. Una sala, con bancos de madera en forma de u, para poco más de sesenta espectadores, que desde el inicio te invita a participar del trance y la comunión escénica.
Apenas dos actores, tres mojones hechos con papel de periódico y una pianista detrás de un teclado, le sirven al dramaturgo y director para crear un espectáculo que destila esencia teatral encima de una alfombra, sin aditivos.
La obra es un ensayo dramatizado en torno a la figura de Henrik Ibsen que puede llegar a pecar de abstracta y compleja en un discurso que se actualiza en directo, además de la dificultad que supone seguir su desarrollo si no se conoce de manera suficiente la figura del dramaturgo noruego; aunque esto no es condición sine qua non para no poder degustar un texto rico y delicadamente elaborado donde se entremezclan fragmentos de poemas, obras, cartas y conversaciones privadas del escritor con las reflexiones propias del dramaturgo madrileño. La duración de poco más de una hora permite al espectador medio mantenerse atento a la poesía que emana de los diálogos, acompañada de efectos y música en directo; un clásico, que manejado por manos expertas, nunca falla.
El sugerente ensayo está compuesto de ocho partes -Ibsenjaula, Ibsenpasado, Ibsenrostro, Ibsensonambulismo, Ibsendios, Ibsenhombresymujeres e Ibsenfinal- e interpretado sabiamente, desde una distancia muy corta, por José Luis Patiño y Xenia Sevillano. Los actores entran y salen de diversos roles: desde el narrador, pasando por diferentes personajes del teatro ibseniano hasta al propio escritor noruego, llegando a entremezclarse e interactuar con el público. La representación se acompaña por un ritmo muy conseguido gracias a la alternancia de silencios, partes estáticas, gritos -quizá algo histriónicos- y dinamismo. El vestuario, mejor el de ella que el de él, sugiere y evoca al país nórdico, moviéndose en la fina línea que separa la prenda teatral del ropaje del turista.
Ibsen. Tras el cristal se vale de pocos elementos: una libreta de hojas de colores, unas cuantas pajaritas de papel, un vaso, unas tijeras, tres velas y tres pilas de periódicos que servirán para evocar diferentes espacios; para crear una atmósfera propia y sutil que envuelve al conjunto. Todo en la obra está integrado y funcionando a pleno rendimiento: la iluminación de salón, el teclado que a veces gustaría que fuese un órgano, las imágenes propuestas, el uso múltiple de un fular, las escaleras por las que bajan los actores con un candelabro para dar inicio a la representación, etc; nada sobresale, encontrándose cada elemento engrasado y en su justa medida. Un pequeño bocado digno de degustación.
La Sala Calvario se convierte así en un espacio idóneo para disfrutar del ritual del teatro que da comienzo en el instante en que se apaga la luz y se escuchan las huellas de Ibsen bajar por las escaleras.

Irene Ochoa

1 comentario:

cesar esteban dijo...

Tampoco hay que desdeñar el trabajo de la pianista. Normalmente la función de la "banda sonora" es ambientar sin imponerse. Y aquí Isabel Arévalo cumple su cometido perfectamente, reforzando los ambientes y las emociones sin énfasis gratuitos.