El jardín de las delicias, de Fernando Arrabal. Dirección: Rosario Ruiz Rodgers. Escenografía y Vestuario: Curtidores de Teatro. Diseño de Iluminación: Eduardo Vizuete. Música: Isidro Anaya. Intérpretes: Ángels Jiménez, Arturo Bernal, Mercé Rovira, Carlos Domingo. Video escena: Eduardo López. Madrid. Sala Cuarta Pared. 08 al 10 y 14 al 16 de abril del 2011
Enfrentarse a un texto como El jardín de las delicias del dramaturgo Fernando Arrabal no es tarea fácil. Rosario Ruiz Rodgers muestra durante estos días su lectura personal en la sala la Cuarta Pared. Vayamos por partes.
El texto, escrito en 1967 y cargado de actualidad, es ágil y lleno de sugerentes imágenes poéticas que nos sumergen en el mundo personal del autor. Absurdo y surrealismo se funden para crear una obra no exenta de contenido y no carente de humor, donde se tratan temas como la libertad y la educación partiendo de presupuestos vanguardistas: despersonalizar los elementos vivos y animar los elementos despersonalizados.
La directora hace uso de sencillas y útiles convenciones teatrales en su montaje, aunque una vez creadas las vaya destruyendo llegando a originar en el espectador pequeñas confusiones, la interpretación siempre frontal, el abuso innecesario de las proyecciones o el poco uso de las entradas y salidas de elementos por las patas, no ayudan a reforzar el potente lirismo de la obra, más conseguido en la primera parte que en la segunda donde el texto se vuelve más complejo y dinámico. Es díficil llevar a escena y representar un mundo tan subjetivo, complejo y misterioso como el los sueños.
El espacio único, compuesto por un panorama fuertemente atmosférico, se divide en tres partes para dar lugar a un bosque, un internado y la casa palacio de la actriz protagonista encarnada por la siempre interesante Angels Jiménez. Un arco ojival gótico, con movimiento rotacional poco utilizado, en medio de la escena y unas palmeras, que a veces ensuciaban la visual del público, completan la escenografía. Diferentes elementos como un carretón lleno de ovejas, un gran cuchillo, una jaula o un huevo gigante ayudan a recrear el mundo onírico de Arrabal.
En la interpretación se echa de menos un juego carnavalesco más depurado y grotesco y una técnica algo diferente a la hora de enfrentarse a un texto no naturalista; aunque los cuatro actores, algunos con diferentes personajes, realizan una buena interpretación ayudando al seguimiento y la compresión del montaje.
Pequeños fallos de iluminación, partes iluminadas cuando el foco se hallaba en otro lugar de la escena, y algún que otro ruido entre bambalinas hacen que el público se distancie excesivamente en varias ocasiones y pierda la fuerza poética representada en el escenario. La potencia y la riqueza del texto se queda algo mermada, aunque el montaje sea un buen ejemplo para conocer la controvertida figura del melillense Fernando Arrabal, dramaturgo heterodoxo, creador de mundos propios y significados múltiples.
Irene Ochoa
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