miércoles, 20 de abril de 2011

La magia del actor

Caminando plácidamente por la calle me encontré una percha. Pensé, qué cantidad de vestuario se debe haber colgado en esta percha. El de un trabajador, el de un ministro o el de un estudiante. ¡La percha es democrática! ¡En las próximas elecciones votemos a la percha! De hecho, está tan colgada como los políticos.

Fijándome bien, en la parte superior de la percha compruebo que podría ser un actor, ya que siempre está en un durísimo interrogante. ¿Qué haré mañana? ¿Qué comeré?... El triángulo interior sería el escenario y los extremos pueden ser el público. Se formaría un triángulo donde pasaría la corriente entren el actor y el espectador. Lo importante es que el espacio asuma su condición de magia.

Si unimos los dos vértices sobre la base de un triángulo, este espacio asume facultades diversas. El espectador se da cuenta de que está en presencia, no sólo del actor, sino de los demás espectadores. Entonces es consciente de que el actor no es, sino finge ser y comienza un discurso, una virtualidad teatral. ¿Qué pasaría si uno de los tres puntos no están en su sitio? ¿Y si, el actor que desempeña el rol de marqués, se cree verdaderamente un marqués? La respuesta es obvia: sería un capullo. No digo que los capullos no puedan hacer teatro, conozco a tantos que podría hacer una lista. Por otro lado, si todos en la sala creen que es un auténtico marqués, no estaríamos hablando de la geometría del teatro, sino de otro lugar. Entonces, estaríamos en la iglesia, sería una misa.

Un actor, dos espectadores y nada más. Ni maquillaje, ni vestuario, ni siquiera las luces, ni la banda sonora. El actor no necesita nada ni a nadie, es la envidia de la iglesia. Antes al actor se le enterraba fuera de los cementerios porque no eran dignos de campo santo. Es normal, porque el actor, le roba el oficio al sacerdote, al oficiante religioso y porque tiene contacto con la divinidad, con los símbolos... hace milagros, le roba los milagros al pobre sacerdote. El actor es quizás la más baja, pero ciertamente la más milagrosa de las figuras teatrales; ya que no es un punto, sino también es de carne y hueso con todos sus límites y defectos.


Aleix Serra

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