miércoles, 14 de marzo de 2012

El teatro se desvanece



Noches blancas. De: Fiódor Dostoyevski. Dirección: Ángel Gutiérrez. Elenco: María Muñoz y Carlos Herencia. Luz: Francisco Caballero. Sonido: Alberto Mayoral. Teatro de Cámara Chejov-
El Teatro de Cámara Chejov cuida al detalle la elegancia, tanto en la antesala del teatro como en el escenario. Ángel Gutiérrez nos brinda una puesta en escena de la novela corta de Dostoyevski Noches blancas.
 
  Se trata de la historia de un soñador solitario –Carlos Herencia– que se encuentra con una dama –María Muñoz– de la que no debe enamorarse pero se enamora. La obra se ha levantado mediante una acertada economía escénica, con sólo tres elementos sobre las tablas: una barandilla, una farola y un banco decimonónicos, trasladando el estilo sobrio y liso de la novela al espacio escénico. Para ello, se colorean dos ambientes opuestos, por los que transitan los dos personajes, otorgándoles significado. La coreografía es muy importante, sobre todo para el carácter de ella, que revolotea por la escena como una mariposa. Y también protagoniza un pequeño excurso musical, dentro del desarrollo lógico de la función, ejecutando una danza digna de un sueño.
  Por un lado, un pequeño rincón íntimo en el frontal izquierdo del escenario, iluminado en rojo cálido y coronado con unas ramitas vegetales que solo insinúan. Por otro, fundido con el anterior por una tenue luz superior, azulada, reflejada sobre la tela del foro, un espacio abierto a la derecha, más frío, ocupado solamente por una farola y la luz fingida que esta proyecta. Todo enmarcado, tras la barandilla que preside la escena, dentro de un teatro limitado por patas de tela blanco puro. Perfecto ambiente para que se desarrolle el diálogo, de profundo sentimiento que sobrecoge, entre los dos personajes.
  Ambos actores se complementan durante toda la obra, evolucionando en escena, reproduciendo ese hablar pausado, penetrante, acorde con el lenguaje del texto. Marcan las inflexiones de voz por la emoción, convenciendo sin hacer echar de menos un naturalismo extremo. Estamos ante un registro que encaja perfectamente con la obra de Dostoyevski: entre naturalismo y afectación poética,  propio de la tradición teatral rusa, de la que procede el director y promotor del Teatro de Cámara Chejov.
  María Muñoz encarna un personaje de gran variabilidad emocional, su naturalidad infantil y expresividad a veces contenida a veces desbordada. Y lo hace impecablemente, pasando del llanto húmedo, de transmitir una profunda e inteligente amargura, a la explosión ingenua de vitalidad. Hasta el punto de que, de acuerdo con el sentido que le han querido dar al texto, no parece protagonizar la historia el soñador sino esta dama, Nastenka, cuya falda enganchó su abuela a la suya con un alfiler, cuando era pequeña, para que no se separara. En cualquier caso, deliciosos los momentos finales de complicidad entre ellos. Solo un apunte: el efecto de ficción, de sueño, completamente mágico, que tiene lugar en un ritual tan cuidado como este, sería más efectivo si no se vieran los focos desde ninguna butaca. Pero quizá fue esto algo puntual. Una ensoñación en cuatro sencillas unidades, cuatro días, cuatro citas, en las que se conocen progresivamente; contemplamos este desarrollo en todos los aspectos de la escena: la iluminación, la coreografía -como ya dijimos-, y por su puesto en la solidez con la que la personalidad de ella se va formando ante nuestros ojos.
  Para terminar, ovación, columpios y pompas de jabón. Este teatro exigente, colorido y melancólico, merece un lugar en el panorama madrileño.

Fabricio Barreiro


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