domingo, 6 de febrero de 2011

El receptor del nuevo arte

En suma, el público está compuesto por numeroso grupos que nos gritan:
            «Consoladme.»
            «Distraedme.»
            «Entristecedme.»
            «Enternecedme.»
            «Hacedme soñar.»
            «Hacedme reír.»
            «Haced que me estremezca.»
            «Hacedme llorar.»
            «Hacedme pensar.»
            Tan sólo algunos espíritus selectos piden al artista:
            «Escribid algo bello, en la forma que mejor os cuadre, según vuestro temperamento.»
Maupassant

Yo, Fabricio, estoy sentado ante el papel en blanco y la pluma, la vieja máquina de escribir Olivetti años 60, la pantalla del ordenador y el teclado Logitech… No quiero prescindir de ninguno de estos medios, para cazar las ideas que moran en distintos soportes y convertirme en emisor del nuevo arte. Pero, cuando las musas están dormidas, aparto la vista de mi gratificante hacer y pienso: ¿alguien leerá mis versos? Porque desearía que fueran recibidos por la gente, más allá de los amigos benévolos que se preguntan qué hago en estas horas de excelsitud mística.
  Si yo me considero el emisor y cuento además con mis variados métodos, técnicas e instrumentos de expresión, medios arcaicos y vanguardistas, entonces ¿quién es el receptor?
  Al afrontar tal pregunta, lo primero que se nos echa a la cara es que hay un variado espectro de público, desde la señorona que va con sus amigas a ver obras de teatro por recomendación de otras señoras, hasta los estudiantes de las variadas escuelas y universidades de artes, que suelen llevar gafas de pasta. Respecto a sus opiniones, el primer grupo se caracteriza por sus comentarios ligeros y concisos, sobre todo referidos a los intérpretes, que habitualmente comienzan con la famosa frase “pues tal o cual actor trabaja muy bien”. El segundo grupo, por el contrario, acostumbra a sumergirse en sesudas discusiones, llenas de referencias, hasta lograr convertir la realidad en una película de Woody Allen.
  Una cuestión importante es saber si el receptor es el vulgo o un pequeño grupo de especialistas. Si el caso es la segunda opción, nos enfrentamos a un problema de complicada solución. Porque entonces tendremos que aplicar algún criterio para distinguirlos dentro de la masa informe de ideas en la que están sumergidos. Además correremos el riesgo de convertirnos en estadistas y malas personas. Una posibilidad es clasificarlos en función de los nombres de artistas y pensadores con los que queremos enlazarnos como si de un mapa de hipervículos se tratara. Yo me estrujo los sesos para expresar en palabras los movimientos convulsos de mi intestino y los epecialistas destrozarán mi obra, que indudablemente está inspirada en alguna idea de Cioran y rezuma Kierkegaard por todas partes. Y es que lo del escritor célebre es un trabajo muy poco agradecido. Cierto que hablarán de uno, pero no puedes estar presente en todas las conversaciones de los amantes del arte. Si hubiera un Dios le pediría que me permitiese acudir a todas estas interesantes charlas sobre mí, aún teniendo que soportar un intenso dolor de cabeza. Esto es algo inevitable. Y sin haber leído a Kierkegaard.
  Dejáremos para el juicio final lo de clasificar al público.
  Igual simplemente quiero divertir a las señoras con anteojos, que ahora ya llevan teléfono móvil y hablan sobre fútbol, tendré que escribir musicales para la Gran Vía o comedias para el Teatro Maravillas. También dejaré de utilizar sustantivos neutros y escribiré siempre: señoras y señores, damas y caballeros, el público y la pública. Aunque esto último también me pasaría con los amantes del arte y compañeros de profesión, porque les gusta la transgresión, pero que sea sintáctica y gramaticalmente correcta. Por algo votan al ¿PSOE?, ¿PP?, ¿PSC?, ¿UPD?... dejémoslo en que votan. Solo observen, todos los partidos que nombro tienen la P, de Público. Cierto que olvidé IU, pero ¿todavía existe? P, de Público. Y es que... incluso viviendo de esto siguen obcecados en cambiarse de lado. ¿Es eso vocación? Lo mejor va a ser el vulgo. Aunque aquí otro problema. El cine. Parece que el cine es nuestra perdición. Y lo digo porque ahora prefieren ver la gala de los Goya que ir al teatro.
  Es cuestión  importante la de intentar averiguar por qué razón algunos de los seres que habitan una ciudad como Madrid se animarán a entrar a un teatro o coger un libro. Si salimos a la calle constatamos que ofrece multitud de ocupaciones, que pueden alejar a los potenciales receptores de las ondas excelsas de nuestra emisora.
  Así que salgo a la calle… y me voy a un bar. Ya les contaré en sucesivos artículos sobre mis reflexiones. Si las recuerdo.
Fabricio Barreiro

1 comentario:

Anónimo dijo...

esto supera la ficción. si seguimos nombrando la memoria de d. Mariano. vamos Fabricio a por otro articulo.