Ya soy español Habaguanex
Cuando se nace en un país del tercer mundo, desde que tienes uso de razón oyes por todos lados que eres considerado un ciudadano de segunda, ante esto tienes dos opciones: Conformarte, o luchar por dejar de serlo. A la inmensa mayoría de la gente que conozco le suele ocurrir lo primero, pero los hispanoamericanos tenemos la complicada y bendita posibilidad de adoptar la nacionalidad española, si nuestros antecesores inmediatos han nacido en la madre patria, y de este modo muerto el perro se acabó la rabia. En el caso de los cubanos el poder hacerte con cualquier nacionalidad ajena, tiene una connotación aún más amplia. Te permite salir de esa idílica y florida jaula, o sea pirarte.
Por suerte para mi, españoles eran mis abuelos, el uno gallego y el otro asturiano, Quirino y Joaquín. Ante esta realidad busqué la forma de hacerme con la documentación que acreditara mi parentesco. La tía Marta que era quien la tenía en su poder nunca nos la quiso dar, mi padre un día no se anduvo con miramientos y me dijo: Mira hijo no te hagas más ilusiones, mi hermana se niega a darme información sobre tus abuelos, quiere dice, que la herencia en tierras que tenemos allá tiene que ser recuperada por ella. Además se propone ser la primera de la familia en hacerse española.
La información de papá me dejó perplejo y desilusionado, mi sueño dorado y mi única oportunidad de ser un ciudadano del llamado primer mundo, se desvanecía sin poder hacer nada para remediarlo. Pasado un tiempo un día el optimismo me volvió a visitar, cuando supe que iría contratado a Mónaco con la compañía Tropicana para actuar durante un mes, vi de nuevo cerca la posibilidad de conseguir el mapa del tesoro como narrara Robert L. Stevenson, incluso antes que mi querida tía.
España estaría muy cerca de Montecarlo, al menos se podía con calma ir andando. Entonces me vino a la mente la idea genial de ir directamente al cementerio de Colón en La Habana donde supuestamente estaba enterrado Joaquín, el asturiano. Allí con ayuda y escarbando en montones de papeles apolillados, pude encontrar lo que parecía ser y fue el certificado de defunción del abuelo. Imagino que el pobre hombre nunca recibió en vida la satisfacción de un interés tan grande de encontrarlo como el que ahora yo le profesaba. Esto lo deduzco porque según las malas lenguas, huyó con una negra joven abandonando a mi pobrecita abuela, por lo que nadie de la familia quiso saber nunca más de él.
Teniendo en mi poder la llave para iniciar el proceso, restaba solo viajar. Ya con los pies del otro lado del charco, y de cumplir el mes de contrato previsto en el principado, burlé la vigilancia de la organización de la compañía y tomé rumbo a España, vamos que me escapé. Dejé mi maleta llena con papeles y de cuanta porquería encontré en la calle llevándome mis cuatro trapos en una bolsa para despistar y no fueran detrás de mí al verla muy vacía en mi habitación. Estaba convencido de que sería español y ya nada tendría que temer.
En agosto del 2000 llegué a Pamplona y fue allí donde comenzó la segunda etapa del decatlón para lograr mi objetivo.
(En el registro civil)
Hola buenos días, estoy interesado en acogerme a la nacionalidad española.
Tiene que presentarnos una documentación expedida en España que acredite el parentesco, ese certificado de Cuba no nos vale.
Busqué incansablemente la finca del abuelo en Asturias, pero en la nueva distribución político administrativa, la dirección no coincidía, y ni la iglesia donde había sido bautizado aparecía en el mismo lugar del mapa. Finalmente gracias a ella, a la santísima madre iglesia que se encargó de registrarlo, el alumbramiento del abuelo en la península ibérica no quedó sin rastro.
Tras varios años de hacer colas, viajes y recaudar documentaciones, conseguí finalmente presentar todos los papeles solicitados que equivaldrían a 10 árboles del amazonas. Me aprendía la Constitución controlándola de la A, a la Z, incluso los capítulos de la monarquía, olvidando con ello mis ideas republicanas para ser coherente con mi juramento. Ya solo era cuestión de paciencia.
El ansiado día por fin llegó, debía ir a jurar la bandera al registro civil. Era un día grande, así que me acicale como una novia para la ocasión. Sabía que sería muy emotivo con una gran ceremonia. Me duché con más minuciosidad que nunca, me compré un traje agotando mis ahorros; y cámara fotográfica en mano salimos para el evento. Me acompañaba un gran amigo que soñaba con ese momento en que el mantón de Manila, las castañuelas, las paella, el jamón ibérico, y como no la tortilla española fueran por fin legalmente mías. Pero al llegar, cual fue mi sorpresa, en la sala se encontraban más de 80 personas, y 100 más esperaban el turno siguiente en la calle. Fue entonces cuando me pregunté: ¿Dará tiempo a que juremos todos hoy?, la respuesta no se hizo esperar. Un funcionario con cara de pocos amigos salió y gritó: ¡Voy a llamar a los que están para las nueve!, comprendí que las cosas no iban a ser exactamente como las imaginé, pero iba a ser español y el mundo sería mío. Al nombrarnos pasamos los primeros 80 a otra sala bastante pequeña con los asientos desvencijados. Estábamos chinos, negros, moros, latinos y hasta creo había un esquimal. Muchos habían ido con los trajes típicos de sus respectivos países de origen.
Después de media hora de espera salió lo que parecía el juez con una toga vieja junto a una mujer que traía los expedientes, parecía algo así como su ayudante. Efectivamente, sacó un gran cartón donde estaba escrito el juramento y nos dijo: Todos leer conmigo, los que no leáis español repetir detrás de mí. En este momento sufrí una gran confusión, no sabía si estaba en la iglesia en la lectura de un salmo o en aquel sitio. Todos hicimos lo que se nos dijo, yo por si acaso leí y repetí, quería que a mi ceremonia no le faltara nada. Estaba dispuesto a toda costa a disfrutar del gran momento a pesar de todo.
Terminada la lectura la mujer se dirigió nuevamente a nosotros: Pasar por orden a firmar vuestros expedientes. El caos a la hora de conseguir llegar a la mesa fue muy parecido al inicio de las rebajas en el Corte Inglés. Mi amigo cual Sancho acompañando al Quijote contra los molinos me gritó mientras la marea multirracial me arrastraba: ¡tienes que hacerte la foto firmando junto a la bandera y al retrato de los reyes! ¡Claro, sin falta! le respondí.
No os quiero agobiar, porque la falta de aire que sentí en aquel momento me ha vuelto nada más recordarlo. Pero necesariamente no puedo pasar por alto los empujones para apartar a los chinos, negros y hasta al esquimal para realizar las dichosas fotos. Hoy ni siquiera sé donde las puse, no creí conveniente encontrarme con ellas cada vez que abriera el cajón, y revivir aquella batalla, que me recordó cuando en el 94 en la Habana nos matábamos en las colas para conseguir un cacho de pan. De más está decirles, que en la foto apenas salgo yo, excepto algún ojo, o dedo. El que supuestamente sería el gran recuerdo, se desveló como el Guernica de la ONU.
Mi amigo y yo salimos como pudimos a la calle, iríamos a comer para celebrarlo con el resto de colegas que no pudieron ir a la ceremonia por tener que trabajar. Lo pasamos muy bien, todos me decían: Ahora por fin te has librado de los Castro, ahora ya eres español, de los nuestros. Otro gritó después de tener varias cañas en sangre: No quiero desilusionarte, pero te tratarán igual de mal que a mí que he nacido aquí. Con estas palabras mi alegría no encontraba donde almacenarse, y las palabras de este último amigo salieron por la puerta acompañando al humo de tabaco. Entonces pensé, ahora cuando vaya a Cuba a ver a mi familia no me podrán volver a pesar el equipaje dos veces para que pague, no me agobiarán a preguntas, ni me tratarán como a un traidor, podré hospedarme en un hotelito en la playa, seré un señor. Pero mis sueños duraron poco, muy pronto comenzó mi aventura. Ni con mi DNI como amuleto pude evitar la hecatombe. Las ansiadas vacaciones llegaron y cuando me dispuse a comprar el billete…
Su pasaporte por favor.
Aquí lo tiene.
(Lo analiza, y después de unos minutos), Pero usted nació en Cuba
Si.
Ah pues usted tiene que viajar con el pasaporte cubano, ¿lo tiene en regla?
No, yo soy español, no necesito el cubano.
Se equivoca usted, las leyes de Cuba establecen que si es usted nació allá, de nada le vale el pasaporte español. Tiene usted que tener el cubano en regla con un permiso de entrada, y el español lo puede dejar aquí. Le aseguro que no le hará falta.
Pero…
Nada, son las leyes de Cuba.
(Montado ya en el avión a punto de aterrizar en la Habana, la azafata anuncia por los altavoces)
Todos los pasajeros que no sean españoles deben rellenar un formulario, así lo exigen las autoridades cubanas.
Oiga señorita, pero yo soy español, he traído mi pasaporte.
Guárdeselo usted, aquí no le vale
¿Cómo, y para qué entonces me hice español?
Usted sabrá, pero hágase a la idea de que aquí es como si no lo fuera.
No creo tener que contarles que de hotelito nada y no me libré de pagar las tazas de equipaje por segunda vez, ni de las demás torturas comunistas.
De vuelta a Madrid me entero de que en se estaban haciendo las primeras audiciones para el concurso “Operación Triunfo”. Como estudié la carrera de canto, inmediatamente llamé; era la oportunidad de darme a conocer.
Hola llamo para inscribirme, quiero hacer las audiciones para el concurso.
Una señorita me responde en catalán. Yo Continúo hablando en castellano entre otras cosas porque es la lengua de mi nacionalidad y sinceramente de catalán bona nuit y poco más. Ella continuó hablando sin darse por enterada de que no hablaba su idioma. Mi insistencia hizo que diese su brazo, o mejor dicho su lengua a torcer y finalmente me hablara en español
¿Pero es usted español?
Sí, claro
¿Está usted seguro, dónde ha nacido usted?
En Cuba, pero soy español, me dieron la nacionalidad por mis abuelos.
Ah, pero no nació en España. Mire las normas de televisión española es que el concurso es para nacidos aquí, ¿me entiende?
Oiga…oiga…
Tuh..tuh…tuh…
Cierto día trabajando en centros culturales como profesor, unas alumnas debaten sobre la política de Zapatero respecto a la inmigración. Yo escucho aunque no participo, de repente una alumna.
Oye ¿Por qué todos os habéis puesto de acuerdo para venirse?
¿Qué?
Si , ¿Es que no os dais cuenta de que aquí no caben? Nosotros emigramos para un continente muy grande, pero esto es un país.
Señora, Cuba es una isla.
¡Ah!
Al llegar a Chicago en el 2006 para realizar una gira artística, ya en la aduana.
Oiga, usted pase por aquí.
¿Qué?, Perdone pero vengo con una compañía para un espectáculo, son esos mis compañeros.
Sí pero usted debe esperar, es cubano.
Si, lo soy, pero también ya soy español.
(Con voz inquisitiva)
Los cubanos no son fiables, vuestro gobierno es enemigo de Estados Unidos.
¿Y qué culpa tengo yo? Me fui de Cuba hace años, no tengo nada que ver con el gobierno.
Le repito que ha nacido usted allí, y debe someterse a un interrogatorio y a la revisión de su equipaje.
(En un cuarto)
¿Oiga, pero es necesario que me desnude también?
Es usted cubano, señor.
El último episodio en el cual comprendí que era inútil aferrarme a seguir pasando como español, al menos de los auténticos, fue cuando, Mª Lurdes una mezzosoprano cubana y negra, nacionalizada española como yo, preparamos un concierto en el Centro catalán de Madrid. El público nos recibió muy bien hasta que cantamos el dúo de las Mazurca de la sombrilla de la zarzuela Luisa Fernanda.
A San Antonio como es un santo casamentero pedirle matrimonio le agobian tanto… A la sombra de una sombrilla de encaje y seda con voz muy queda canta el amor…
Yo soy un caballero español…
Yo no soy extranjera ...
El público muerto de risa daba gritos, y un señor fue a más, con un gran berrido gritó: ¡Anda que se les nota que son españoles!
(Al señor lo sacaron de la sala, pero esto no impidió que el resto no parara de reírse, el concierto acabó lógicamente, terminamos el dúo como pudimos y nos fuimos con el rabo entre las piernas)
Imagino que fue difícil para aquella gente creer que esa negra inmensa fuese castiza, pero fue tan cruel, que en ese mismo momento puse el punto final. Fui como nunca antes consciente de que debía cargar con el estigma de ser un sudaca, un pato que no llegó a ser cisne. Caí en la cuenta de que la herencia del abuelo valió para poco. Ya soy español, pero aunque me vaya a la Conchinchina como diría mi abuela: La mona aunque se vista de seda, mona se queda.