Ya soy un hombre libre
“La libertad nunca está fuera, está dentro de uno” dijo Nelson Mandela, sin embargo, para los que no podemos más que empatizar superficialmente con sus experiencias, el goce de la libertad es uno de nuestros privilegios indispensables para vivir. Este derecho que ha sido violado por muchos sistemas antidemocráticos en Latinoamérica y en el mundo entero, a lo largo de todos los tiempos se respeta hoy en nuestro país. Un país libre.
En Argentina, mucha agua ha pasado bajo el puente y muchos años han pasado desde los tiempos de persecuciones y represiones. La profunda huella del silencio impuesto hace más de treinta años se ha convertido en grito y el teatro es uno de los grandes responsables de elevar estas voces. Tampoco han podido callar a nuestras incansables Abuelas de Plaza de Mayo, hijos de desaparecidos, medios de prensa, educadores, y gran parte del pueblo que grita, patalea y azota cacerolas cada vez que pasa algo.
Yo Ángel de Aza, como hombre de teatro soy artífice de algunas de las manifestaciones textuales de esos gritos que son ahora publicadas sin censura, y que ya no me provocan daños colaterales. Estoy exento del peligro, a salvo, porque vivo en una democracia. Por eso soy un hombre libre. Libre de entrar y salir de mi casa a cualquier hora, sin miedo a que un auto verde botella con cuatros oficiales militares adentro me secuestre y me meta en una caverna oscura para torturarme por escribir un artículo u obra de teatro que promulga un pensamiento determinado. Todo eso está enterrado en el pasado, definitivamente. Es agua pasada.
Claro que tampoco hay que pasarse, el hecho de estar en democracia y de gozar del derecho a libre expresión, tampoco significa que uno deba ser irreverente o se ande metiendo con los que ahora están en el poder. Eso dañaría gravemente mis relaciones públicas y las de toda mi familia, además de las ruedas del auto que por cierto, aparecen pinchadas a diario no sé porque gracioso sujeto que debe ser el mismo que se encarga de decorar las puertas del garaje de mi casa, que creativamente graffitea cada vez que las vuelvo a pintar de blanco.
Pero yo ya soy un hombre libre de acercarme a un respetable oficial de policía en la comisaría más cercana, y elevar las quejas pertinentes por estas acciones, que quedaran perfectamente ordenadas en esas majestuosas pilas de papeles que ellos guardan en sus oficinas no sé muy bien con qué utilidad.
También soy libre de editar y publicar por cuenta propia los artículos que prudentemente ha rechazado el grupo Clarín por resultarles un poco incómodos o comprometidos. ¡Qué tontería, no son tiempos de comprometerse, somos hombres libres! Y cómo hombre libre que soy, tal vez deje de escribir por un tiempo para tomarme unas vacaciones que es lo que me sugirió el redactor libremente, y me marche a otro país hasta que se olviden de mí un poco, cómo casualmente hice hace treinta años.
Ángel de Aza.
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