Cuando volví a España con agobiada impaciencia me pregunte: ¿De qué manera lograr que toda esta gente esté a mis pies, que me admiren y aplaudan hasta que le salgan callos en sus manos? Necesitaba una idea, una musa, algo que me hiciera diferente a los demás. Pasé varias noches, con sus respectivos días en eso; cuando, por hecho de la diosa fortuna, caminando distraído por la Gran Vía de Madrid, me encontré con un viejo conocido de la juventud.
-Hola Omar –Le abrace con indiscutible cinismo.
-¡Que moderno te veo con esa gorra. – Replico con tono afeminado, pero encantador.
Mi vida desde ese momento se iluminaba. Al fin encontraba lo que necesitaba como objetivo, pero ¿Qué es ser moderno? Seguro estaba, de que no era ser un revolucionario ni un justiciero de causas perdidas. ¡No, esas son ideas del siglo pasado! Ser moderno, debe de ser algo que este mucho más cerca de mi. Algo privado, alejado del otro, algo que tengo que buscar el modo de contar.
Lo primero que me vino a la cabeza fue tener inquietudes ecológicas, como no tenía nada y no me alcanzaba ni para hacer cantar un ciego, deduje que desde ese punto debía comenzar para poder demostrar algo, algo bueno, algo como eso de salvar el planeta. Con mis dos manos, más un puñado de herramientas terroríficas, tras varios intentos, logre construir, con piezas “recicladas” o sea, sacadas de un montón de desperdicios Okupa, una bicicleta de piñón fijo o fixie para los entendidos. Al fin era un moderno. Pedaleaba sin frenos, llevaba bolsos cruzados y no contaminaba. Le sonreía hacia abajo a todo el mundo y les levantaba las cejas a las chicas guapas. Hasta que una bella mañana un impertinente árbol se me cruzo. La bici volvió a ser un desperdicio, mi vergüenza creció en fracción de segundos. La gente me levanto del suelo mientras ocultaba su risa y sacudían mis ropas. ¡Oh que aventura es ser moderno!
No había forma de buscar consuelo para mi desde que me levante del suelo, salvo en el fondo de la botella. Bebía y leía de forma apasionada. La bicicleta termino en el contenedor de la esquina de mi casa. -¡Dios, deseo más alcohol que sangre!- Comprendí desde eso, aunque tras varios intentos fallidos, que mi habla como hombre de letras crecía y atraía a la gente para pasar un buen momento. Mis discursos en mesas sucias de bares económicos reivindicaban la mirada ingenua que poseían mis escuchas de Bolaño a Saramago, de Octavio Paz a Letelier. Toda esa masa ignorante creía en lo que decía ¡Era el mejor de los modernos! Trasnochado, bebido y fumado ¡Era lo máximo! Pero el maldito Dios amarillo tenía que levantarse todos los días y mi moral con su calor se derretía. A esas horas leía a Proust, Epicuro y Heidegger. La pena me consumía, hablaba mucho, pero ninguna chica me miraba. Me había descuidado, tenía el pelo largo, llevaba una barba desordenada y olía mal. Estaba solo y la masturbación era mi consuelo, el orgasmo: un desenfado de hablar sobre cosas que no sabía. ¡Qué desgracia es enfrentarse al ridículo! ¡Qué melancolía intentar ser moderno! Ese día desperté usando como almohada un bordillo. ¡Qué placer ser moderno!
Había pasado casi medio año desde que había decidido ser moderno. Aún no tenía forma de conseguir dinero y tampoco por ende de conseguir alguna aventura. Pensé que mi sexualidad y apetencias podría ser el problema; y como ya me consideraba uno de los transgresores, decidí probar suerte con personas de mi mismo género. Para ser franco tampoco me fue bien. Ya no le gustaba a nadie y mi encanto moderno no funcionaba. Seguía por días enteros intentando buscar algún escritor que me abriera los horizontes. Ahí fue cuando apareció Beatriz Preciado. El mundo trans... un nuevo comienzo.
El sexo y mi sexualidad como aprendizaje. Me vi todas las películas que encontré del post-porno de Bruce LaBruce e intente tocarme y tocar a otros en conferencias sobre el tema. Hable con propiedad de pastillas y testosteronas. Y un día sin más cuento decidí llamar a mi mamita y con voz solemne le comunique:
- Madre, desde hoy seré Paola...
¡Qué fascinante es ser moderno! Ahora estoy en el hospital rodeado de enfermos esperando mi turno para mi última consulta antes de que me den el visto bueno para el cambio. ¡Que maravilla es ser moderno! ¡Qué alegría poder contagiarme con una nueva vida! ¡Qué simple es intentar ser quien no soy! ¡Ahora ya soy moderno!.
P. Ugrumov
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