Este es un relato de admiración. La historia de dos hombres que comparten la misma cama, un lecho frío del Panteón de Hombres Ilustres de la Iglesia Sacramental de San Justo. No sabemos si se hubiesen caído simpáticos, por problemas con la edad nunca se llegaron a conocer; pero está claro que el hermano pequeño admiró con humor profundo y juvenil al deudo mayor. Sus nombres: Don Mariano José de Larra y Don Ramón Gómez de la Serna.
Allá por el año 1908 un joven escritor madrileño, amigo de las vanguardias, inauguraba la revista Prometeo, nombre no carente de ambición, ¡juventud, divino tesoro! Pero fue un año más tarde, por motivo del centenario del nacimiento de Larra, cuando la revista organizó dos actos para desmarcar la figura del periodista de los actos institucionales: le dedicó un número casi monográfico, el V de marzo de 1909, y convocó dos acciones de tinte claramente poético y político -¡casi como Jodorowsky!- La primera fue un banquete en el hoy desaparecido Café de Fornos, la segunda una sesión de jóvenes intelectuales en el Ateneo. Todo ello bajo la atenta mirada de Colombine, escritora y mujer importante de su tiempo, enamorada del espiritismo y del eternamente joven Fígaro.
Javier Gómez de la Serna insistía en esta reseña del acto en la importancia de la resurrección de Larra:
El elemento joven de Prometeo ha celebrado el primer centenario del profundo y admirable satírico, muerto en plena juventud, cuyos trabajos tienen la frescura de lo eternamente bello, y, en esta España paralítica, de lo eternamente actual, pues hoy como ayer puede repetir (…)
Era Fígaro el maestro desenfadado que admira y estudia la juventud triunfante, no menos desenfadada, no menos sonriente, no menos honda en el sentir y en el pensar (…)
Su obra y su vida quedaron interrumpidas en un momento de hastío.
Le asfixiaba su época de hipócritas y carlistas.
¿Resucitará Larra?
¿Por qué no?
¿Acaso no ha resucitado su época?
No exento de humor, relató la velada Don Ramón:
La presidencia la ocupaba el festejado Mariano José. Sólo algún necio hubiese dicho que estaba vacío su hueco. A su derecha estaba sentada Colombine, la fermosa mujer y la garrida intelectual (…) A la izquierda Ramón Gómez de la Serna, satisfecho de la vida y en particular de la noche, conversaba con Mariano José, y hacía los honores de la mesa a Colombine, cuidando al alargarla los entremeses no pasar el brazo descortésmente por delante de Fígaro.
Y también Colombine en su libro sobre Fígaro; encabezado, igualmente, por un prólogo titulado resurrección:
Pero las almas jóvenes protestaron. Ramón Gómez de la Serna ofreció a “Fígaro” un banquete, donde nos juntamos todos los rebeldes. Fue como una mesa de comulgantes; había que acercarse limpios de corazón. Los que así nos acercamos vimos a “Fígaro”. Nos sonrío, estuvo con nosotros, comulgó en nuestros ideales y alzó el cáliz para acompañarnos en nuestros brindis.
El segundo acto, celebrado en el Ateneo, consistió en la lectura, por parte de Don Ramón Gómez de la Serna, de una conferencia-manifiesto titulada El concepto de la nueva literatura, y que suele ser considerada uno de los textos fundacionales de la vanguardia española. En realidad, se trata de una reescritura del artículo de Larra, Literatura. Rápida ojeada sobre la historia e índole de la nuestra. Su estado actual. Su porvenir. Del mismo modo, homenaje a la manera de actuar del periodista.
En 1902 se trasladaron los restos del crítico costumbrista al Panteón de Hombres Ilustres de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles, en el Sacramental de San Justo. En 1963 se repatriaron, desde Argentina, los restos yacentes de Ramón Gómez de la Serna, dándoles sepultura en el mismo lugar. Descansen en paz.
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