domingo, 16 de enero de 2011

Ya soy crítica teatral -versión recortada por el editor-


Existen dos clases de hombres en el mundo, los que se pasan toda la vida en busca de un sueño y los que lo consiguen. Yo, Irene Ochoa, vine a llevarme el mundo por delante y hasta hace poco tiempo pertenecía a la primera clase, sin embargo, ahora me arrepiento de ser una más del segundo taxón humano. Alguien dijo, sino permítanme que sea yo misma quien lo aclare, que las cosas se disfrutan cuando las piensas y no cuando las tienes, he aquí nuestra eterna paradoja y la raíz de todas nuestras desdichas.
De niña siempre quise pertenecer al mundo del teatro, eso lo tenía claro desde que mi padre me llevaba a ver las obras infantiles de Caja Burgos, así que después de estudiar Filosofía y Letras, carrera que te permite dedicarte a cualquier cosa menos a lo que estudias, decidí labrarme un prometedor futuro como crítica teatral y no se equivoquen ustedes, yo no quería ser crítica en sí sino la mujer que hace las críticas, ¡tiranía del lenguaje!
Bien sigamos, puesto que para librar semejante batalla tuve que desembarcar en la capital del espectáculo: Madrid, ciudad eterna de oportunidades, donde no cuenta el talento aunque sí su prima hermana la suerte. Muchos y suficientes fueron los dimes y diretes hasta que dí con mi objetivo, triquiñuelas que el lector inteligente puede imaginar y que dudo que puedan ser de interés si aquí se repiten, por lo que las dejo voluntariamente para ocasión más propicia.
Grandes fueron las dosis de teatro en vena, donde tarde sí y tarde también nos abría sus amables y refinadas puertas para acabar en el café de enfrente con grandes lagrimones en los ojos y que Valerio dijese

      – ¡Qué bonito es el teatro, Irene! ¡Qué bonito!
¡El teatro, ese esplendor! 
 
Pasado el tiempo de esperar y de desesperar, un día cualquiera, por fin: ¡ya soy crítica teatral! y todo porque me oyeron hablar en un bar, no crean otra cosa más extraña. Mi sueño, mi nuevo grupo, ahora estaban flotando en la palma de mi mano, había ascendido de una vez por todas a la cima de la montaña.
Quizá comparar al crítico con el escritor pueda parecer algo desproporcionado, pero este ejemplo servirá al ávido lector para arrojar tenues rayos de luz sobre mi caso; jóvenes editoriales golpean la puerta del escritor de renombre para que escriba prólogos de libros de aspirantes de provincias a cambio de un ínfimo jornal, ínfimo y necesario jornal, y prólogos de frases bonitas y llamativas que reproduzca la prensa y reseñen las revistas.
Ahora cambien escritor por crítico y libro por montaje de teatro, basta con saber manejar el léxico del estudiante: proscenio, telón, actor, atmósfera, réplica, dramaturgo, drama, tragedia, griego, tradición y un pequeño puñado de palabras más. Imposible mayor complejidad.
Hoy en día cada vez que acudo a los teatros la gente cuchichea a mi paso, entro gratis, pero ¡a qué precio!, me señalan con el dedo e incluso alguno deja su pie muerto en forma de zancadilla, ¡ya soy crítica teatral! Tampoco he vuelto al bar del enfrente, me persiguen los compromisos de trabajo. No veo lo que quiero y escribo lo que necesitan. Mis amigos son actores, ¡ya soy crítica teatral!
¡Qué bonitas las obligaciones de la vida de aquellos que han conseguido sus sueños! ¡Qué esplendor vivir sabiendo lo que tienes que hacer! ¡Y los sueños, sueños son!

Irene, hay que ser correcta. Este final lo tenemos que cortar.

¡Qué bonito es el teatro! ¡Ya soy crítica teatral!


Irene Ochoa

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