Ya queda poco; con los primeros calores primaverales, el acortamiento de las faldas y las mangas de camisa, uno se da cuenta de que cada vez falta menos. Las bibliotecas empiezan a llenar sus asientos con miles de estudiantes desprevenidos, agobiados, sudorosos; amplían sus horarios, y antes de las ocho de la mañana, en Cuidad Universitaria, hay colas que rodean enteras las fachadas de los edificios. ¡Que si busca apuntes, que si cuándo es el examen, que si puedo ir a una tutoría…! Y es que a la mayoría de nuestros jóvenes siempre les ha caído el chaparrón encima y no por falta del consejo de sus mayores: que aproveches la tarde, que el tiempo es lo único que se va y no vuelve, que luego te entra el sofocón, etcétera; cientos y cientos de fórmulas para nada, para que lleguen estas épocas y las papeleras rebosen con latas de dudosas bebidas y envoltorios de medicamentos con receta.
Pero no son los únicos; parece que el hombre cambia poco en el transcurso de su vida y aquellos a los que pilló el astado en la época estudiantil, les sigue hiriendo el morlaco en su carrera política. Es ahora que llega el calor y la campaña electoral cuando toca maquillar los deberes inacabados de años y años anteriores: que si promete, que si inaugura, que si visita… cada cuatro años lo mismo de los mismos. Y es que lo que no se hizo antes, ahora es imposible de arreglar.
Querida clase política no engañen más a sus electores, no son sus padres; y reconozcan, por una vez, que les ha vuelto a coger el toro. Aprendan algo que ya van teniendo cierta edad y no camuflen para las urnas lo que no han querido arreglar en sus despachos.
Irene Ochoa
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