¿Habrá arena bajo los adoquines? La masa de personas indignadas han acampado en uno los emblemas de la polis de hoy en día, que ya no es ni polis ni nada. La plaza de Sol en Madrid. En otras ciudades también hay movilizaciones. No sólo en España, sino en el mundo entero. Ya lo llaman el mayo español, pero puede ser algo más. No caigamos en el error de infravalorar lo que está pasando.
Los jóvenes perdidos hemos sido los primeros. Para algo sufrimos la cruel descolocación contemporánea, que lleva a colocarse más de lo razonable, buscando paraísos artificiales. Pero esto no incumbe sólo a los jóvenes. La plaga se extiende, hasta rincones insospechados. Muchos y diversos son los que se encuentran en condiciones lamentables por el egoísmo materialista generalizado. Y todos, incluso los que no son conscientes de ello, sufren el yugo de la violencia psicológica que genera la hipocresía social y política. Los políticos son caricaturas, personajes orgullosos de la tragedia, que disfrutan de sus privilegios. Y mientras tanto, los ciudadanos son bestias adormecidas.
Pero la indignación ha tomado por fin las calles del mundo. Se hacen asambleas, deciden los indignados. Hay una reivindicación efusiva y muy generalizada: no es una broma. No es un botellón, no hay barricadas más que en las mentes de todos, para que no pase la pereza.
Una nueva forma de conciencia es inevitable. Es imparable. ¿Pero qué nueva forma? Hay un cambio ya. Tal vez el gran cambio es espiritual y lento. De momento, una republica difusa ha nacido. Pero cada paso en el camino tiene que dejar huella en los congresos. Y más aún una zancada universal como esta. Debemos quedarnos hasta que se tomen medidas sobre la ley electoral y la clase política, como mínimo. Si nos vamos a casa sin conseguir nada simplemente nos llamarán los indignados.
Fabricio Barreiro
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