sábado, 23 de junio de 2012

El melón no era de Villaconejos




Juego de Cartas I. Picas. 
Dirección: Robert Lepage. 
Producción: Ex Machina iniciada por la Red 360. Coproducción: Teatro Circo Price
. Texto: Sylvio Arriola, Carole Faisant, Nuria Garcia, Tony Guilfoyle, Martin Haberstroh, Robert Lepage, Sophie Martin y Roberto Mori. 
Dramaturgia: Peder Bjurman. Elenco: Sylvio Arriola. Nuria Garcia. Tony Guilfoyle. Martin Haberstroh
, Sophie Martin Roberto Mori. Ayudante de dirección: Félix Dagenais. 
Música original: Philippe Bachman. 
Diseño de escenografía: Jean Hazel. Diseño de iluminación: Louis-Xavier Gagnon-Lebrun. 
Diseño de sonido: Jean-Sébastien Coté. Diseño de vestuario: Sébastien Dionne. Diseño de utilería: Virginie Leclerc
. Diseño de imágenes: David Leclerc.

De todos es sabido la importancia de la reputación que tenga una marca al hora de consumir cualquier producto. Un ejemplo por la mayoría conocido son los melones de Villaconejos, cuya denominación es tradicionalmente garantía de calidad. Cuando vamos a la frutería y vemos la pegatina de esta prestigiosa marca madrileña, no dudamos en pagar mucho más con la certeza de saber que su dulzor está garantizado. Lo que ocurre es que no sé si porque la selección no ha sido rigurosa, sabiendo que la fama garantizará la venta, o porque el producto no corresponde a la propaganda que exhibe, pero lo cierto es que a veces ni el sello de garantía asegura que al abrirlos nos encontremos con una sorpresa. En teatro creo que ocurre algo muy similar. Por eso hablaremos de la propuesta que Robert Lepage con su compañía, Ex machina, y la obra Juego de cartas 1: picas, presentó en el circo Price de la capital Madrileña el pasado día 12 del presente mes de Mayo. La obra se desarrolla de forma simultánea en dos ciudades construidas en dos desiertos en el momento en que la invasión de EUA a Irak tiene lugar. La Democracia como justificación de la administración estadounidense para cometer el allanamiento a ese país árabe, es presentada por un lado. Por otro, el desierto de Las Vegas y su ciudad de juegos. Estos serán los escenarios de entrenamiento para las tropas norteamericanas que saldrán a Bagdad. Con este juego se permite el vínculo entre personajes de disímiles procedencias y de divergente ideología. El espectáculo se nos presenta entonces, a partir de una multiplicidad de historias conectadas y relacionadas entre sí. Es una sucesión episódica de situaciones en las que el asesinato, la preparación de los soldados, las consecuencias del juego desmedido y la inmigración ilegal en la ciudad de las Vegas, serán la base sinóptica de la historia.
     El escenario de forma circular facilitó un despliegue casi infinito de posibilidades de transformación en disímiles espacios. En ocasiones era la habitación de un hotel, o una sala de juegos, una piscina, una trinchera, o barras de bar. Con ello se aportó gran dinamismo a la representación. Vale destacar en este sentido el trabajo de los ocho técnicos que mediante carretillas manipulaban desde abajo todo el mecanismo.
     Por su parte el despliegue de los seis actores fue dúctil, física e interpretativamente. Estos, hacían en ocasiones las veces de utileros y tramoyistas con gran entrega profesional. El encarne de sus
personajes iba desde camareros de hotel que comparten sus penurias, soldados que se sienten obligados a participar en una guerra injusta, la infidelidad matrimonial y la adicción como destructora del ser humano, entre otras. El diseño de luminotecnia, así como toda la sofisticada tecnología con la que cuenta la sala del circo Price, apoyaron todo el derroche de la mutación escénica. Esta, tantas veces se produjo, que llegó a provocar la saturación de cambios inacabables. En definitiva primó la demostración y el exhibicionismo técnico-escénico, que anuló la endeble trama en la que el previsible texto, escrito por los propios actores, no lograba tomar relevancia.
     La duración del espectáculo tuvo la impiedad de tres horas sin intermedio, con lo que se acentuó el carácter en ocasiones monótono de la representación. El producto Lepage le ocurrió como al mal melón. Mucha etiqueta y al abrirlo demasiado insípido. Evidentemente no era de Villaconejos.

Habaguanex

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