viernes, 22 de junio de 2012

El otro teatro




Tres Años. De Chejov. Adaptación y dirección: Juan Pastor. Elenco: Raúl Fernández, María Pastor, José Maya, Alicia González, José Bustos. Vestuario: Teresa Valentín. Teatro Guindalera. Madrid


Los pequeños espacios intentan mantenerse a flote para no ser arrastrados por la crisis y, mientras tanto -bien aferrados al tronco del árbol del teatro-, hacen lo mejor que saben hacer. Baste como ejemplo el Teatro Guindalera. A pesar de seguir buscando nuevos cauces de financiación, en su sede de la Calle Martínez Izquierdo, se puede disfrutar de la interesante propuesta de Tres años, adaptación de la novela breve de Chéjov. ¡Y todo gracias a la fidelidad de su público!
El texto, una reflexión sobre las decisiones tomadas en el trascurso de la vida,  ha sido trasladado a la España de los años treinta; aunque sea ésta, una historia sin fronteras. Es difícil tomar un camino y nunca sabremos si el elegido es el correcto -si acaso existe-. No se desanimen. La libertad radica en las pequeñas decisiones. La pieza muestra un acertado equilibrio entre la comicidad y el drama con final abierto; enriqueciéndose con otras obras del autor ruso y la creación actoral.
        El adaptador y director del montaje, Juan Pastor, ha sabido dar forma al humor chejoviano sin convertirlo en una astracanada; simple y efectivo. La sencillez de la puesta en escena está sustentada en el juego escénico, la convención y la metateatralidad: todo eso que llaman teatro. El uso de herramientas como el distanciamiento subjetivo (los personajes se desdoblan en narradores) crean un ritmo ágil, con continuos guiños al patio de butacas y cargado de musicalidad: los personajes comparten réplicas, los silencios aparecen cuando deben e, incluso, se canta (¿conocen Al mundo le falta un tornillo de Gardel?)
Una tarima de madera define el espacio y los personajes esperan – a vista, sin trampa ni cartón- su turno para actuar. La escenografía está compuesta por muebles tapados con telas y descubiertos a su tiempo, un biombo, un piano y poco más. La iluminación acompaña a la fábula caracterizando el tiempo y el espacio. No hacen falta grandes parafernalias para disfrutar de un buen espectáculo. El peso de la puesta en escena recae en la interpretación, dando sentido al subtexto de Chéjov con acciones muy cuidadas: dar cuerda a un reloj, remover la taza de té o bailar con una sombrilla. Raúl Fernández, espléndido, rellena de pequeños matices al protagonista de la obra. María Pastor consigue trasladar emociones a partir de gestos nimios, pero tampoco se quedan atrás José Maya, ni Alicia González, ni José Bustos (encargado del piano).
El mundo escénico de Tres años se hace real delante de nuestros ojos. A lo largo de la hora y tres cuartos, el público rio y se emocionó cuando tocaba, cosa que agradeció enrojeciendo sus manos de tanto aplauso. Ya lo saben, ahora que la palabra crisis lo inunda todo, no se olviden del otro teatro. El teatro hecho por quien conoce el oficio, de pequeño formato y que es capaz de ponernos la piel de gallina.


Irene Ochoa

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