sábado, 23 de junio de 2012

Los visones no pagan



La mecedora. De: Jean-Claude Brisville. Versión: Mauro Armiño. Escenografía: Alejandro Andújar. Iluminación: Albert Faura. Dirección: Josep María Flotats. Elenco: Eleazar Ortiz, Helio Pedregal, Daniel Muriel. Teatro Valle Inclán. Sala Francisco Nieva.

Esta obra de 1982, sigue la línea de otras obras del autor francés, como El encuentro entre Descartes y Pascal joven La cenaLa antecámara y La última salva, las dos últimas no traducidas en España. Plantea un conflicto entre dos discursos vitales opuestos, a través de la argumentación y la vehemencia de los personajes a la hora de defender sus posturas. Los ingredientes de esta forma teatral, en la que Brisville se sintió tan cómodo, están distribuidos con una pericia que no deja cabos sueltos y trabaja a favor de la clara comprensión de la obra: una fórmula de “debate”, muy al estilo del clasicismo francés, con un personaje en una posición superior –ya sea económica, experiencial, moralmente…– y otro que acude a su encuentro para cerrar una herida, para recibir respuestas, etc. Al final el más poderoso parece vencer materialmente, pero el hálito dejado por el visitante llena el espacio expresando lo contrario. Es un estilo de teatro lleno de nostalgia. Y la edad media de los asistentes lo confirma.
      Jean Claude Brisville trabajó de editor para “Le Livre de Poche” durante gran parte de su vida, compaginándolo con su labor literaria. Su despido, ya en la sexta década de existencia en este mundo, le hizo volcarse en la creación, dándole así un impulso a su carrera como autor dramático.
     La versión está acertadamente compuesta para expresar las problemáticas editoriales bajo la tecnología del siglo XXI. El texto introduce detalles que actualizan los medios empleados por las editoriales; por ejemplo los añadidos respecto a las posibilidades que plantea el desarrollo del libro digital, para optimizar las ventas, utilizando el lenguaje empresarial del despiadado ejecutivo. Así se logra eficazmente que la recuperación de este texto no resulte más arqueológica de lo que ya es de por sí. 
     La referencia a un proyecto para vender libros electrónicos que integren un virus para provocar su propio borrado, el ejecutivo interpretado por Eleazar Ortiz, que vive en un piso minimalista ydandy, vacío de libros, su orgullosa presencia en escena, la relación con el joven amante, al que da vida de forma fresca y desenfadada el actor Daniel Muriel, la negativa de la empresa –eso es la editorial, al fin y al cabo–, de pagar a un empleado que ya no sirve, por mucho que lea a Kirkegaard y cite a Paul Valéry… componentes todos que contrastan con el discurso humanista y las coderas en la chaqueta del pobre ex empleado, lector despedido. Detalles. Detalles que elevan esta propuesta del director Josep María Flotats, para un texto que si bien consideramos coherente en su conjunto, adolece de un uso excesivo de recursos que resultan repetitivos y predecibles, como el constante juego del visitante pesado y el visitado agobiado, que observa impaciente los amagos del primero por terminar con la inoportuna entrevista.
     En consonancia, la escenografía de Alejandro Andújar señala claramente el espacio de la entrada al piso, mediante los tonos fríos que contrastan con la madera omnipresente en el interior, ayudado por la iluminación de Albert Faura. Solo quedaría señalar una pega, referente al público. Y es que las características de los espectadores más interesados en este montaje, revelan tal vez que podría financiarse holgadamente por el teatro privado. A diferencia de otras propuestas más contemporáneas, aún demasiado condenadas a las salas alternativas o la nada.

Fabricio Barreiro

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