sábado, 23 de junio de 2012

La ley divina




Fatum. Textos de: Sófocles, Pablo Neruda y otros. Dirección: Ana Vázquez de Castro. Elenco: Adán Coronado, Sofía Cruz, Julia Fournier, Pablo Gallego, entre otros Vestuario: Ana Montes. Espacio sonoro: Albano Matos. Sala García Lorca. RESAD.


Nacemos y morimos llorando. Y durante el transito nos encontramos tentados a aceptar alguna verdad en la que sostenernos. Pero caemos y de nada sirven nuestros lamentos. Estamos condenados. Al igual que a todos los que nos precedieron. Al igual que a todos los hombres venideros. 
Fatum, dirigida por Ana Vázquez de Casto, nos presenta una propuesta en que el cuerpo y sus múltiples funciones son el protagonista e hilo conductor del espectáculo. Describiendo y revelando conductas humanas básicas en las que no todos reparamos para cuestionarlas o aceptarlas. Pero que son tan inherentes al hombre como la vida misma.
Dentro de este marco fueron los alumnos de Interpretación Gestual los que se tomaron, literalmente, el escenario y nos enseñaron varias lecciones sobre el compromiso corporal y emocional dentro de la representación. Una propuesta coral donde ninguno destacó sobre el resto y en donde todos buscaron un objetivo común: un exquisito resultado final.
El montaje dividido en varias escenas, en donde podemos destacar la relación del poderoso con el desposeído, la búsqueda y posesión del amor, la codicia y su ignorancia, la lujuria y el desconocimiento hacia el diferente marcaron los puntos más altos dentro de la obra. Todo esto entre cantos realizados por los actores, trabajo de telas y danzas donde se realzaba la figura del cuerpo como medio de codificación de los distintos temas y que se entregaban al público a base de experiencia.
Quince intérpretes, que en todo momento se mantuvieron sobre el escenario, fueron una masa que con desenvoltura se apoderó del espacio y de los diferentes registros que proponía el montaje. A veces, llevando sus cuerpos a los límites más crudos y poco estilizados como en una batalla o a momentos poéticos tan dulces como cuando interpretan a modo de coro un poema de Pablo Neruda.
De esta forma pudimos observar como por momentos ese grupo se transformaba desde pequeñas individualidades a configurar todo un pueblo. Y nosotros mismos estábamos ahí y ellos nos exponían. Cada uno con su destino, cada uno con el camino predeterminado al llanto. Uno que nunca será alegre, pero que al menos nos señala como individuos únicos y maravillosos. Personas cuyas vidas son dignas de ser contadas.

P. Ugrumov

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