viernes, 22 de junio de 2012

Historias mínimas, grandes escenas


Historias Mínimas. De: Javier Tomeo. Dirección: alumnos tercero de dirección RESAD. Elenco: Jesús Gago, Jorge Quesada, Javier Laorden, Mario Martínez, Luis Seguí, Cristian Torres, entre otros. Sala García Lorca de la RESAD.

Lo bueno si es breve dos veces bueno. Y es que lo corto está de moda. No hay más que observar el fenómeno del “Micro teatro” en el barrio de Malasaña o las estructuras dramatúrgicas fragmentadísimas del director del año Alfredo Sanzol. La inmersión durante horas y horas en oscuras salas de teatro está caduca. Vivimos rápido y queremos teatro express. Quizás por eso Eduardo Vasco se ciñe a la actualidad y elige para las muestras de sus alumnos las Historias Mínimas de Javier Tomeo. Historias de realismo mágico algunas, que rozan el absurdo otras, pero ninguna de más de cinco minutos. Tomeo, cuyas obras han sido más montadas en Francia que en España, ofrece un mundo propio, singular. Estilo sobrio, minimalista. Escritor en un inicio de novelas, desarrolla una interesante y extensísima obra en más de cuarenta años de trayectoria.
     Los alumnos han tenido la difícil tarea de exponer en pocos minutos una idea, un punto de vista de estas pequeñas historias. Las escenas, en su mayoría binomios de personajes fueron resueltas de maneras variopintas.
     Se abre la escena con Barbería de barrio, presenta una situación tensa y extraña a la que José Ramón Gómez da una lectura provocadora y efectiva.
     La corbata presentada por Pedro Casas capta y eleva el aire mágico de Tomeo. Sin llegar literalizar una segunda intención se deja sentir la subrepticia sensación de extraña ficción bajo un manto de supuesta realidad. Casas hila inteligentemente los lenguajes escénicos desenmarañando los tejidos del autor. Consigue una propuesta hilarante y redonda que deja completamente satisfecho al espectador.  
     Un hombre se mata y no muere en El suicidio por Raúl Rodríguez. Es una escena deliciosa que se torna un poco tele novelesca por el enfoque trascendental de la puesta en escena.
Bárbara Ogar realiza una escena estática y pobre en recursos. Heliodoro y Felisa pese a su brevedad resulta extensa.
     El golpe de humor es el gancho de Noé Denia, hábil en la creación de gags. En Vagón de ferrocarril, un médico .que se dirige a ejercer su profesión a un pueblo desconocido, se encuentra durante su viaje en tren con unos habitantes del lugar al que se dirige, que se desvelan preocupantemente inquietantes.
     Rebeka Ruiz Guerrero escenificó Esquina de una calle. Su estilo gestual, parodia la danza y aprieta la interpretación de llevándolos al límite. La propuesta algo grotesca combina movimiento y palabra sin que estos tengan concordancia.
     Un poco más extensa, en relación a las cortas historias de sus compañeros, es la propuesta de Mathilde Rambourg; Encrucijada oscura. Al estilo Beckettiano dos personajes clownescos esperan a un tercero, que nunca llega, para matarlo. Con pocos elementos Mathilde crea imágenes muy sugerentes y resuelve la escena con buen gusto.
     Una vuelta de tuerca le falta a la escena de Manuel Bañez Departamento de Vagón cuyo punto de vista se difumina en la ambigüedad.
     Alberto José de Paz cierra la muestra con Los mariscos y haciendo honor a este nombre, saca a toda una manifestación de gambas con pancartas en una resolución de escena, surrealista y al parecer improvisada.
     Vasco presentó la muestra con un breve y vacuo discurso en el que dio paso a la acción y la misma se cerró con una foto final de actores y directores. Una bonita muestra levemente arruinada por los alumnos-espectadores que van a ver sólo al “amigo” rompiendo la atmósfera con el constante abrir y cerrar de la puerta de sala.


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