sábado, 23 de junio de 2012

Paradojas




El ruido y la furia. De: Javier Montero. Elenco: Ahimsa, Mercy Bustos, Teresa García de la Hera, Sheila Haywarth, Alicia Manso, Elizabeth Ross, Teresa Sarmiento Aranda. Dirección: Javier Montero. Asistente general: Nacho Montero. Asistente: María González. Música y paisajes sonoros: Javier Montero, María González. Festival Escena Contemporánea 2012, Sala Triángulo.

Me pregunto si tanto en el teatro como en la vida, la llamada directa a la revolución es sincera. En la escena todo es juego, el imperio de la forma. Y a través de ella, la imperiosa necesidad de verdad. El montaje de Javier Montero para Escena Contemporánea consiguió transmitir una realidad en crisis, oscura, siniestra incluso. Pero no exenta de candorosa naturalidad. Antes de que comenzara la obra, luces encendidas y movimiento entre las butacas, las protagonistas jugaban alegremente con una pelota. 
     La obra se estructura a través de una serie de monólogos con texturas particulares. La más metafísica, Sheila Haywart, interviene varias veces con rigor y solemnidad. Otra de ellas habla más castizo y juega con sus compañeras, aportando frescura y ritmo a este auténtico alegato de la acción política directa. Pero vuelvo a la duda inicial: ¿es realmente un alegato de la acción? ¿o sólo una ficción más? He ahí la clave de la cuestión.
  En este espectáculo tiene mucho peso el discurso. Y una de las ideas principales es la propia enfermedad del discurso. La guerra contra el sistema es el leitmotiv de la obra. Para desarrollarlo se presentan diversas perspectivas, aludiendo a los grandes temas de nuestros siglos: la ciencia y la selección natural, la escatología de la vida cotidiana, la violencia y el dolor en el desamor, la destrucción del lenguaje, las multinacionales, la realeza y las dudosas democracias, la desidia generalizada.
     La mayoría de ellas defiende con fervor la violencia, la necesidad de asesinar al otro, por miedo a ser asesinado. Parece ser este juego homicida el único medio para acabar con los opresores. Es una defensa en toda regla de la ruptura del contrato social. Y no es que falte ironía mezclada con el cinismo de estas propuestas. Hacia el final de la obra empiezan a aparecer las referencias a las características del drama y las mujeres parecen de acuerdo en que deberían constituir una empresa del sector entretenimiento. Dedicarse a divertir al público, ya que las risas están servidas. Cerca del desenlace de la obra, una de las mujeres sentencia: ¿Quién ha dicho que la creatividad sea positiva? Y se alcanza el clímax de este discurso casi teológico.
     Durante toda la representación, una de ellas prepara una sopa en la parte del escenario que representa una cocina. Otra hace que tira las cartas en una mesa, pero está cansada de ser esotérica. Objetos varios se acumulan en el escena y la que parece encargarse de ellos, por una especie de síndrome de Diógenes, en ocasiones los lanza con violencia hacia el centro de la escena. Cuando proponen matar a los ejecutivos o a miembros de la realeza española, todas están de acuerdo. El discurso oscila entre la poética shakesperiana y las incongruencias. Se nos presenta la deconstrucción del lenguaje, de lo filosófico a lo escatológico. En última instancia, hasta las palabras nos oprimen. Pero todo esto no deja de ser ficción.
     Por eso la propuesta en sí es lo que nos hace alcanzar esa verdad más allá de la escena. Unas mujeres mayores del barrio de Lavapiés, más activas que los espectadores. La ambigüedad respecto a su profesión, pues no todas son actrices, la reunión en un escenario de todos esos discursos lúcidos y cargados de energía, hacen sonrojarse al público. Y al final, cuando este aplaude entregado, las interpretes increpan: ¿por qué aplaudir?

Fabricio Barreiro

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