Quitt(Las personas no son razonables) De: Peter Hanke. Dirección: Lluis Pascual. Elenco: Hermann Quit, Eduard Fernández. Señora Quitt, Miriam Iscia. Bertold-Kent, Andreu Benito. Hans Jordi Boch. Harald von Wulinow, Lluís Marco. Paula Tax, Marta Marco. Franz Kilb, Boris Ruíz. Escenografía: Pablo Azorín. Música original de blues: Ricard Gili. Pianista: Tófol Trepat. Coreografía: Montse Colomé. Vídeo y ayudante de escenografía: Alessandro Arcangeli. Teatro Valle-Inclán. CDN.
El sueño como fenómeno fisiológico es inevitable para la vida. Hay personas que tienen la capacidad de dormir en cualquier sitio. Algunos duermen en medio de una fiesta y también los hay que lo hacen incluso hasta de pie y no porque tengan los pies demasiado grandes, como se suele decir. Lo que no es muy común es que el sueño en esos lugares no habilitados para hacerlo, lo experimenten conjuntamente varios individuos a la vez y casi masivamente.
Esta es una historia de somnolencia paulatina y colectiva que acaeció en la sala principal del Centro Dramático Nacional. Teatro Lliure, donde se representaba el 15 de Marzo pasado, la obra Quitt (Las personas no son razonables), del dramaturgo alemán, Peter Handke. Grandes eran las expectativas de esta nueva producción dirigida por Lluis Pascual, uno de los directores más prestigiosos de la escena española del momento. La sala Valle Inclán repleta. La escenografía suntuosa se percibía nada más entrar, diseñada esta, con un escenario al descubierto en la que una pantalla de dimensiones medianas proyectaba la promoción antigua de una conocida marca de coches. También, al unísono, un actor realizaba determinadas acciones físicas mientras el público ocupaba sus localidades. Todo estaba a punto, y en la fila intermedia de la platea próxima al pasillo, una parejita en silla de ruedas, intercambiaban sonrisas y toques de manos. Sus caras estaban pletóricas con el advenimiento de una prometedora representación. Las luces bajaron y comenzó la función. Durante los primeros minutos vimos el conjunto de la escena. En ella se encontraban dispuestas dos grandes mesas de billar detrás de las cuales se alzaban inmensos ventanales, a través de los que se veía la cara opuesta del cartel publicitario del emporio Quitt, cuyo dueño es el empresario Hermann. También al fondo, en el extremo derecho del espectador, un piano gran-cola negro, sobre el que lucían innumerables copas y recipientes de un cristal reluciente, abarcaba buena parte del espacio. En esta especie de oficina y a la vez centro de ocio de la empresa, se reúnen varios dueños de firmas que debaten sobre nuevos y más efectivos proyectos de marketing. En este marco laboral, transcurrirá la historia de competencia desleal, infidelidades, etc.
La puesta en escena fue concebida por una continua ruptura de la cuarta pared, donde la interacción con el público y los elementos arquitectónicos de la sala, fueron utilizados continuamente de modo integrador a la trama. El humor alemán presente en el texto, también fue una de las claves que se nos transmitió, aunque muchos de ellos perecieron en el intento de ser efectivos. Su objetivo se transformó de tal forma, que en lugar de risa fue la intranquilidad en el público lo que los supuestos gags provocaron. En mi caso particular, tal llegó a ser de desorbitado mi movimiento en la butaca, que llegué a pensar en que molestaba a mis compañeros de experiencia auditorial. Para intentar comprobar estas sospechas, miré a mi alrededor y supe entonces que no había nada que temer. Varios de los integrantes que a mi izquierda y derecha estaban, al parecer, se habían entregado placenteramente en los brazos de Morfeo. Y así, después de más de una hora y media de aguante estoico, por fin llegó el intermedio de nada más y nada menos que de veinte minutos. La pareja en silla de ruedas seguía esperando, aunque ya sus manos y caricias no eran tan espontáneas. De repente sonó la primera y segunda señal que indicaba que comenzaría la función, pero la sala continuaba bastante vacía para solo restar tres escasos minutos. Se podía respirar entonces la inquietud de los que estábamos en nuestros sitios, pensando en la pobre gente que llegaría tarde, seguramente por no haber escuchado los avisos. Casi en el último segundo del descanso, la parejita de las sillas, a modo de coreografía mecánica, dieron rienda sueltas a las ruedas de sus transportes y desaparecieron por la puerta, desde la que venían algunos de los retrasados de la cafetería. Las luces se apagaron y la segunda parte comenzó. Ahora el despliegue de los grandes actores se hacía evidente. Se esforzaban por exprimir lo más humanamente posible las ricas posibilidades escénicas y textuales de la obra de Handke, pero aun así, solo quedaban en el intento.
La escenografía mostrada ahora, era justamente la vista contraria de la anterior. El piano colocado ahora en primer plano, fue utilizado por el protagonista, el Sr Quitt, que simulaba interpretar melodías de bluses, con lo que se perseguía aportar un toque musical, que supuestamente enriquecería su psicología y por ende el montaje. Aunque a decir verdad, el resultado pareció un pegote más decorativo que funcional, teatralmente hablando. En la última parte de la representación aparecía la proyección de la figura de este, en la que fumaba y actuaba de forma desorbitada desde la extra escena. La pantalla en este caso funcionaba como fondo del escenario y fue esta solución escénica la que marcó el lenguaje hasta el final de la obra. Desde esta, se sucedieron parlamentos interminables con cada uno de los tres empresarios que aparecían en proscenio y que debatían con el interlocutor Quitt, reprochándole según sus respectivos puntos de vista. Las luces bien utilizadas en esta segunda parte, aportaron una atmósfera interesante y la música en off funcionó correctamente como espacio sonoro. Al finalizar, la iluminación de la sala se activó y quedé atónito al comprobar que varias filas de asientos se habían quedado casi por completo vacías después del entreacto. Parecía el tablero de un juego de ajedrez a punto del jaque mate.
Los aplausos fueron los más cortos que recuerdo. Al salir, bastante apesadumbrado, recuperé la sonrisa al ver en la oscura plaza de Lavapies, a aquella parejita de las sillas, que se daban de comer helado mutuamente. Y es que las personas, a veces, sí somos razonables.
Habaguanex