Hamlet versus Medea. De:
María Velasco. Dirección: Diego Domínguez. Elenco: · Yayo Cáceres · Nuria de Luna
· Richard Collins Moore · Sol López · Jorge Mayor · Paula Ruiz López · Elena Lombao
· Sergio Milán. Escenografía: Miguel Ruz. Iluminación: Juanjo Llorens. Figurinismo:
Patricia Novillo-Fretrell. Diseño Sonido: Luis López Segovia. Director Musical:
Miguel Magdalena. Coreografía: Maryluz Arcas. Sala Valle Inclán. RESAD.
Los
nuevos lenguajes llamados desde ya hace unos años posdramáticos aunque esta
acepción sea tan diversa como incierta, hacen uso de la intertextualidad, la
cita, la referencia, lo personal y lo poético.
La palabra se articula ingeniosamente de manera
que cuando atisba a elevarse es rápidamente derribada por un zarpazo grosero. La
pieza resulta sarcástica y ácidamente cómica. Un texto cargado de referencias
contemporáneas en boca de unos personajes más psicológicos que míticos. Y es
que si aceptamos que todo trauma radica en las disfuncionales relaciones familiares, es lógico que se nos
dibuje un Hamlet confuso, lleno de complejos no resueltos con su madre, que transcurre
torpe e infelizmente por las aristas de la obra y una Medea desarraigada y animalizada
que ruega amor ante un Jasón cruel y distante.
Diego
Domínguez presenta una puesta en escena sobria y elegante, fría en oposición a la
visceralidad de la palabra. Las tramas por parejas; Hamlet-Gertrudis, Medea-Jasón,
transcurren independientes y simultáneas. Entre diálogos, cada protagonista habla
de sí mismo en tercera persona en unos extensos monólogos mejor resueltos por ellas
que por ellos. La luz acompaña delicadamente la obra, el marco es impecable,
recordemos que este novel director lleva más de quince años en los escenarios como
técnico de luces y sonido. Los elementos escenográficos entran y salen de la
mano de dos personajes-tramoyistas que mutan en camareros, carceleros e incluso
en unos extraños seres clownescos que se integran a la situación según se
requiere; hombre y mujer que ejecutan todos los nexos de entre escenas sí. Una
escenografía llana que dibuja diferentes alturas y espacios. Un restaurante,
una cama, un interrogatorio bajo una lámpara móvil, un hospital o manicomio, un
baño etc… un juego de creación de espacios metonímicos. El vestuario es ligero y sugerente, sedas y
gasas en mujeres semidesnudas, sedas y piel.
Los
singulares momentos musicales, compuestos por piano violín y bandoneón ejecutados
por los mismos actores y las voces exquisitas de Richard Collins Moore en el
papel de demiurgo y Paula Ruiz López; Ofelia,
resultan refrescantes y oníricos.
Domínguez
intenta asegurarse el tiro
rodeándose de un grupo de
profesionales de primera calidad, pero como ocurre en el fútbol, cuando todos
son delanteros se cae la defensa y es
que las actuaciones son de tan distinto calibre que resultan desafortunadas para la totalidad obra y para
la recepción del espectador al que no le pasa desapercibida la heterogénea calidad artística
de los representantes. Sol López, en el papel de Gertrudis, acierta con el ritmo del monólogo y todas sus
réplicas brillan desprendiendo la risa para goce del público. El humor sembrado
en todo el texto no es del todo cosechado por los intérpretes. Yayo Cáceres
(director de Ron Lalá), en el papel de Hamlet, nos sorprende con su presencia
fuerte y voz clara. Nuria de Luna se entrega a un complicado papel de Medea de barranquillas
ante un Jasón (Jorge Mayor) atractivo y menos expresivo. Algunos problemas de
dicción a pesar de los micros nos hacen
reflexionar acerca de ventaja real de usarlos. ¿No están preparados los actores
para vocalizar y proyectar la voz en un teatro perfectamente equipado para
esto? Seguramente para Domínguez también es una propuesta estética el uso de micrófonos,
sin embargo me pregunto acerca de la
ventaja o desventaja de los mismos. Definitivamente queremos escuchar y
apreciar el texto, tan relevante en la obra, pero como dice Hamlet “No hagamos
un drama de todo esto”.
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