sábado, 23 de junio de 2012

Desde lo invisible




Rezad, la caridad comienza por casa: Homilía de los milagrosDirección: Andrés del Bosque. Elenco: Mario Martínez, Haizea Águila, Nerea Palomo, entre otros. Sala García Lorca. RESAD.


Lo invisible hecho realidad. Un teatro realizado con lo mínimo, o visto de otra forma, con lo suficiente: El actor, su cuerpo y la comunidad (espectador). Peter Brook decía que la creación teatral es un impulso reflexivo, una acción de precedencias míticas o de hechicería. Un espacio sagrado, donde lo invisible hace presa a nuestros pensamientos y lo absorbe. En si, un reflejo del mundo donde se vive.
El director Andrés del Bosque, citando a Peter Brook, coloca una alfombra al centro de un espacio vacío. Y así lo recibimos apenas entrar en la sala. Un pequeño homenaje a este director Inglés que desde los años cincuenta del siglo pasado trabaja sobre las tablas de diferentes teatros del mundo.
Cuando estamos colocados Andrés del Bosque toma la palabra y tal como un Chaman de cultural primitivas, nos alecciona sobre lo que va a suceder, lo venidero. Pronto nos escuchamos cantando y luego, sin saber cómo, nos vemos bailando una danza Sufí. Aquí comienza el espectáculo, uno donde nosotros somos tan protagonistas como los actores.
Homilía de los milagros es un trabajo que desprende pureza, sencillez y confianza tanto en el cuerpo como en la palabra. El montaje se articula y toma como hilo conductor fragmentos de la Biblia reconocibles por la gran mayoría, pero trabajados desde tres vértices que se fusionan dentro del relato: el actor, el personaje y el narrador. Cada uno inserto en un único individuo que se expone antes de comenzar el relato con sus miedos y esperanzas sobre la acción que realizará.
Este hecho, buscado con sutileza por el director, es una manera suspicaz de hacer participe al público con su empatía. Nos sentimos identificados con el actor y lo comprendemos. Ahora nos presenta su monólogo, lo ayudamos y reímos sus gracias. Todo parece ir bien. Al acabar la presentación, nos mueven, nos hacen bailar y cantar. Ahora tenemos el tiempo de reflexionar lo que nos han narrado. Sentimos la fascinación del rito, del nacimiento del teatro, de lo que muchas veces extrañamos en nuestras salas: La comunión.
El lenguaje, usado para congeniar los diferentes temas con el público fue uno común, sin refinamiento, y en ocasiones duro, pero entendible para todos los ahí presentes. El vestuario, que fue un gran acierto, producía la extrañeza de no contextualizar en una época determinada o en una situación determinada a los personajes. Así podíamos ver desde monjes, en un momento determinado, hasta una prostituta, sin cambiar nada de su vestimenta más que la actitud del cuerpo.
En sí, Homilías de los Milagros, es un montaje que nos transporta a la historia del teatro. Una historia en que todos somos participes y que honra al hombre, la cultura y la vida.

P. Ugrumov

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