Jinetes
hacia el mar. De:
J.M. Synge. Dirección: Rebeka R.
Guerrero. Dramaturgista: Rosalía
Martínez, Alejandro Ruffoni. Elenco:
Lola Manzano, Cristina González, Paula Ruiz, Carlos Algaba. Coro: Estela de Frutos, Nerea Gorriti,
Ana Ballesteros, Javier Lago, David Aguirregomezcorta, Manuel Báñez, Jesús
Gago. Escenografía: Guillermo Campa,
Sergio Guerra. Iluminación: Javier
Bernat. Vestuario: Arancha
Rodrigálvarez. Sala Valle-Inclán de la RESAD.
Cuando el océano se
lleva a tus hijos y a todos los hombres de una casa, el dolor queda impregnado
para siempre en sus paredes, en sus voces, en sus cuerpos y en los rostros de
los que aún viven. De las mujeres que
aún respiran y se resignan a una vida extraña y oscura. Eso es la tragedia de Synge
de donde se dice que Lorca tomara alguna influencia. Y esto es lo que se llevó
a escena, de mano de la alumna de dirección Rebeka Guerrero.
La apuesta es ya digna
de ser concebida como un género teatral,
y el trabajo también digno de un alumno. Pero dicho esto, este género teatral
no es fácil de lograr, máxime si la clave pretende ser naturalista y realista,
como parece que fuera el caso. Lo que comienza con un tono y una atmósfera
claramente trágica, es la continuación de lo mismo, con un mismo final.
Acertado el coro último por las distintas voces bien logradas en su conjunto y
posición en el espacio escénico. Este espacio constituía una escenografía muy
atractiva, con peces reales que colgaban de cuerdas. Esta apuesta del
naturalismo era en el sentido actoral bastante similar para todos sus
personajes, que resultaron ser algo planos.
La dramaturgia que no
parecía a bote pronto carecer de sentido, le hubiese faltado quizás destacar en
ella los aspectos más importantes de la misma. De esta forma al no ser todo
igual de importante quizá alguna sorpresa hubiese despertado al espectador, que
se mantuvo correcto, o como en mi caso, distraído.
Me hubiese gustado
sentir el dolor de esa madre, el sentido de la tragedia, dentro de la belleza
estética que envolvía a sus personajes. Quisiera
a una Bernarda en la escena. Donde la contención brillara por su ausencia y no
una madre ahora vieja, ahora joven, ahora grito, ahora hablo. Aunque las
comparaciones son odiosas, es cierto que el personaje principal no difiere del
resto. Y el resto, todos con la tragedia en el rostro de principio a fin, fue
lo que quizá hizo flaquear un espectáculo como digo, digno de intento y no del
todo imposible.
La ambientación sonora
y técnica muy elaborada y hermosa. El lenguaje poético del texto al estar en
clave naturalista lo hacía poco creíble.
Al tratarse de una familia perdida en
aquel lugar de montaña y pobre hasta la crueldad, este lenguaje distanciaba de forma
natural. Esas pequeñas incoherencias que
a veces no entendemos de donde vienen,
fuesen quizá lo que habría que afinar y que estoy segura su autora sabrá
lograr.
Y para los que no tuvieron el placer de
conocer a Synge, el autor de esta tragedia, espero que esta crítica no les desanime a su
lectura. Ya que difiere mucho este texto de ser leído a ser representado. Como
tantas de las grandes obras, como por ejemplo el mismo Shakespeare, donde su
lectura es todo un manjar de sensaciones que muchos directores se han empeñado
en estropear. No es este el caso de la joven directora, menos aún de una alumna
con no pocas expectativas.
Juana Galgo Vereda
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