sábado, 23 de junio de 2012

Los niños bailaban






Materia Prima. De: La Tristura. Elenco: Ginebra Ferreira, Gonzalo Herrero, Siro Ouro y Candela Recio. 20, 21 y 22 de enero. Teatro Pradillo.


Amanecer: Ha pasado más de un lustro desde que empezaran a dar forma a su intensa voz personal. A buscar un camino propio dentro de un panorama teatral agitado. Itsaso Arana, Pablo Fidalgo, Violeta Gil y Celso Giménez: La Tristura. Pero no hagamos historias. Materia Prima, su último espectáculo, se estrenó en la primavera de dos mil once y se ha podido ver en el Teatro Pradillo durante este fin de semana. Un remake, interpretado por niños nacidos en el año dos mil uno, de Actos de Juventud, obra estrenada en Escena Contemporánea, dos mil diez. El texto, las acciones y la duración del espectáculo han sido adaptados a las nuevas circunstancias; aunque la obra no se presente claramente autónoma.
     Mediodía: Los textos decididamente poéticos y de imágenes elocuentes, constituyen una de las apuestas más firmes por la renovación dramatúrgica actual. Articulados en forma de poemas casi autónomos, se nos presentan en escena como un libro en tres dimensiones. La Tristura nos habla de la juventud, la herencia y el futuro desde una óptica personal y melancólica. Parten de lo real para adentrarse en lo misterioso del día a día. Esta rica experiencia personal se diluye en este montaje al no realizar el mismo trabajo con los nuevos intérpretes, que, en algunas ocasiones, los re-presentan.
     En Materia Prima, los textos dichos se alternan con los proyectados y los que aún se conservan del espectáculo anterior, a pesar de su belleza, no acaban de encajar en la voz de un niño. En cambio, en una segunda parte, los parlamentos creados desde una realidad más cercana a los intérpretes, adquieren una dimensión y un mundo propio más acorde con la propuesta; los niños fantasean con crear su compañía, y por tanto, van dando forma a su
propia voz. En ellos depositamos el futuro como un día se depositó en nosotros.
     Atardecer: En clara sintonía con eso que se ha venido a llamar teatro posdramático, la puesta en escena se articula a partir de acciones perfomáticas y cotidianas. El juego es una de las partes fundamentales de la propuesta: jugar al balón, una guerra de almohadas -una de las imágenes más bellas y crueles del montaje-, o embadurnarse con chocolate blanco y negro: una ficción solvente que en manos de los niños se convierte en algo muy real.
     El espacio se compone de una cama a la derecha del escenario y de varios elementos que serán activados por los actores, con una iluminación muy cuidada. Al final del espectáculo, se colocará una mesa donde se llevará a cabo un banquete de zumo y fresas con nata devoradas con avidez. Y es ahí, al abandonar los micrófonos, cuando se genera un código interpretativo nuevo como una manera eficaz y sugerente de solventar la proyección de la voz.
     Noche: Los actores, Ginebra Ferreira, Gonzalo Herrero, Siro Ouro y Candela Recio, dan un toque naif e inocente a la puesta en escena, realizando un interesante trabajo y vehiculizando el discurso de la misma. Sólo una niña puede decir la palabra alienígena sin que suene ridícula y crear con ella un mundo. El espacio sonoro está casi siempre presente, intercalado con algunas canciones de sobra conocidas, pero que apenas forman parte del imaginario infantil.
     El público, mayoritariamente adulto, se enfrenta en el trascurso de la obra con sus promesas no cumplidas, recordadas por el que tiene la certeza de que está creciendo. Al final aplaudió, mientras ellos, los pequeños, bailaban.

Irene Ochoa

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