Un hueco. Creación: Aramburu/ Cano/ Gómez / Hener. Dirección: Pablo Osuna.Elenco: Jesús Gago, José Gómez, Alejandro Leonardo. Sala Kubik Fabrik. Madrid.
Durante
la última década, el teatro argentino -al menos parte- ha tenido gran
repercusión en el país con la piel de toro. Su éxito se debe a una mezcla de
humor negro e irónico con dosis de extraña cotidianidad. En muchas ocasiones la frescura de los textos nace de los juegos
de improvisación. Lo que se origina encima del escenario se convierte en una
excepción original y entretenida.
Un
hueco, de creación
argentina (Aramburu, Cano, Gómez, Hener), se suma a la lista de textos que
ocurren en un espacio no convencional, la trastienda de un velatorio instalada
en el polideportivo de una pequeña localidad. Tres amigos se reúnen en los
vestuarios para dar el último adiós a Santiago, compañero de la infancia. Uno
de ellos, emigrante en la gran ciudad, y al que hace tiempo que no ven; los
otros dos, residentes en el pueblo que les vio nacer y sostienen el peso de una
rutina asfixiante: trabajo, cervezas y juegos de ordenador. El texto cuenta con
resortes dramáticos que hacen avanzar la acción, pero que no tiene desarrollo
final; los reconocibles Macguffin de Hitchcock resultan ajenos al espectador de
teatro, acostumbrado a sacar consecuencias de cualquier suceso.
Pablo Osuna, director del montaje
español, traslada la acción a la península y convierte Kubik Fabrik -teatro
donde hemos podido ver la obra- en capilla ardiente. El público, mientras
espera para ocupar sus asientos, asiste a un ágape, ginebra y corona de muertos
incluida. Más tarde, convertido en un voyeur de excelencia, se acomodará en sus
butacas instaladas en los camerinos -espacio no convencional-. La escenografía
y la iluminación no son realistas, son las reales. Sin efectos ni artificios.
Los cacharros y achiperres propios del espacio convierten la puesta en escena en
juego actoral, con el público en primera línea de fuego.
La interpretación es el pilar que
sostiene el buen funcionamiento del montaje. Los tres jóvenes actores
demuestran su valía y buen hacer encima del escenario. Unos movimientos más
limpios, debido al reducido espacio, ayudarían a transmitir de forma más clara
la emoción al público. Jesús Gago da vida al provinciano, reconvertido en
madrileño, que no quiere enfrentarse con la realidad que dejó atrás. Alejandro
Leonardo encarna al amigo ingenuo y José Gómez, interpretando a un mecánico de
gran carga dramática, resuelve con talento los altibajos emocionales de su
personaje.
Tiene la representación teatral más de
un parecido razonable con una capilla ardiente y no es porque muchos se empeñen
en darle puntilla -¡pobres ingenuos!-, sino por lo que ambos tienen de
encuentro. El público aplaudió y disfrutó con la ceremonia. Dando fe, una vez
más, de la vitalidad del teatro. Animalillo que respira con la misma fuerza de
siempre.
Irene Ochoa
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