La hostería de la posta. De: Carlo Goldoni. Dirección: José Gómez. Elenco: Antonio Lafuente, Javier Lago, Borja Luna, Ana Mayo, Julián Ortega, Chema Rodríguez. Vestuario: Vicenta Rodríguez. RESAD. 20 de Abril de 2012.
El humano es un ser complejo que oculta su identidad bajo diferentes teorías que manipula y maneja a su antojo. Ninguna persona es un solo ser. Somos muchos dentro de uno e incluso, en ocasiones, estas partes pueden llegar a ser contradictorias en su fin, pero ¿quién puede decir que esto no hace más exquisita la vida?
El humano es un ser complejo que oculta su identidad bajo diferentes teorías que manipula y maneja a su antojo. Ninguna persona es un solo ser. Somos muchos dentro de uno e incluso, en ocasiones, estas partes pueden llegar a ser contradictorias en su fin, pero ¿quién puede decir que esto no hace más exquisita la vida?
La hostería de la posta con la dirección de José Gómez, nos señala que al igual que la vida dos tipos diferentes de interpretación pueden coexistir en determinados momentos en escena e incluso en un mismo personaje. De esta forma, observamos actuaciones cercanas a la comedia del arte y en otros momentos a una naturalista, transformando al personaje según la necesidad y pensando tan solo en su fin como eje de acción.
Un agradable espectáculo fue sin duda lo realizado por el estudiante de dirección José Gómez. Una historia de amor que se desarrolla en una posta. Lugar en donde los viajeros descansan y reponen sus fuerzas para continuar su camino. En esta posta un hombre y una mujer se conocen y de inmediato se enamoran, pero él oculta su identidad con la intención de conocer los sentimientos de ella ya que el matrimonio entre ellos está concertado previamente, pero él no quiere forzar de esa manera su relación. Naciendo desde aquí el conflicto que recorrerá todo el montaje.
Las actuaciones sorprendieron por el desenfado en el uso de diferentes códigos y amenizaron el desarrollo de la acción con humor. Los silencios, al igual que los movimientos de los actores en escena, estuvieron tratados de una forma correcta logrando mantener la atención del público durante todo la obra. Otorgando por ende, una limpieza y precisión a un montaje donde el cuerpo y la palabra fueron los protagonistas.
La escenografía marcada por el espacio vacío fue trabajada en el suelo, en donde se veía una franja de una tonalidad blanquecina, y que con efectos de luces marcaban los diferentes espacios. Al fondo de las escenas se encontraban unas sillas en donde los actores esperaban su turno a la vista del espectador.
El vestuario, semejante a los del siglo XVIII, fue unos de los aciertos del montaje y que se trabajó de forma minuciosa desde las pelucas a los zapatos. Cada uno de estos elementos nos ayudó a entrar en los conflictos y convenciones de la época, sin provocar ningún problema de correspondencia con la obra y ayudando a los espectadores a alejarse del conflicto que vivían los personajes, que para la actualidad y en esta cultura, son poco probables.
Aunque la obra transcurrió entre risas y aciertos, al final, tras un largo silencio nos encontramos con un desprecio realizado por el personaje femenino a su futuro marido, a su padre y a todos los que estaban presentes. Ella salió dando un portazo que de inmediato nos recordó a la Nora de Casa de muñecas. Rompiendo todo lo que se había construido hasta el momento. Este fue un recurso que introdujo el director. Algo que en búsqueda de un colofón final creó dudas en los espectadores y que no encajó con el planteamiento de la obra. Remarcando, de esta forma, una actitud innecesaria y sin ninguna justificación dentro del montaje.
P. Ugrumov
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