Macbeth. De: William Shakespeare. Dirección: Helena Pimenta. Escenografía, dirección de audiovisuales: José Tomé. Elenco:José Tomé, Pepa Pedroche, Oscar S. Zafra, Javier Hernández-Simón, Tito Asorey, Belén de Santiago, Anabel Maurín. Teatros del Canal.
El Macbeth de William Shakespeare, vuelve a la escena madrileña esta vez apoyada por el formato audiovisual en 3D. La conocidísima historia del rey Thane Macbeth, quien gobernó Escocia entre 1040 y 1057, se nos presenta en los Teatros del Canal por la compañía Ur, dirigida por Helena Pimenta. En ella se ha querido fusionar teatro y nuevas tecnologías, para mostrarnos una visión de la obra totalmente insospechada. La iniciativa de aunar en una misma concepción teatral proyecciones cinematográficas y representación escénica, datan de principios del siglo XX. Ocurrió cuando el director teatral Erwin Piscator, utilizó proyecciones de documentales sobre la Revolución Soviética en algunas de sus puestas teatrales, además de escenarios giratorios. Más tarde y como heredero más acertado del genio alemán, fue el mítico actor y director Orson Welles quien en el año 1946, en el estreno teatral de la obra La vuelta al mundo en ochenta días, combinó la puesta en escena con imágenes de cine mudo grabadas específicamente para esta versión de la historia de Julio Verne. Estas además, fueron apoyadas, por la música en vivo, del compositor Cole Porter. El éxito de esta innovación dejó tremendamente impresionado al mismísimo Bertold Bretch que asistía como público, hasta el punto de insistirle a Welles para que dirigiese una de sus obras. Desde entonces, han sido muchos los que se han mostrado interesados en fusionar estas dos manifestaciones artísticas. Más tarde y con el devenir del tiempo, cada nuevo avance tecnológico ha sido rescatado para el teatro; (Luces, sonido, escenografía, etc) pero, ¿es siempre útil y conveniente? ¿Qué se aporta con ello? ¿Son siempre compatibles, y en pos de qué? En la propuesta que nos ocupa, se persigue al parecer; un aligeramiento de la representación, una economía del personal actoral -abundante en el teatro Shakesperiano- y solucionar las siempre complicadas escenas de magia y de batallas, pero sobre todo hacer gala de la inclusión en esta pieza, de las últimas vanguardias tecnológicas.
El Macbeth de William Shakespeare, vuelve a la escena madrileña esta vez apoyada por el formato audiovisual en 3D. La conocidísima historia del rey Thane Macbeth, quien gobernó Escocia entre 1040 y 1057, se nos presenta en los Teatros del Canal por la compañía Ur, dirigida por Helena Pimenta. En ella se ha querido fusionar teatro y nuevas tecnologías, para mostrarnos una visión de la obra totalmente insospechada. La iniciativa de aunar en una misma concepción teatral proyecciones cinematográficas y representación escénica, datan de principios del siglo XX. Ocurrió cuando el director teatral Erwin Piscator, utilizó proyecciones de documentales sobre la Revolución Soviética en algunas de sus puestas teatrales, además de escenarios giratorios. Más tarde y como heredero más acertado del genio alemán, fue el mítico actor y director Orson Welles quien en el año 1946, en el estreno teatral de la obra La vuelta al mundo en ochenta días, combinó la puesta en escena con imágenes de cine mudo grabadas específicamente para esta versión de la historia de Julio Verne. Estas además, fueron apoyadas, por la música en vivo, del compositor Cole Porter. El éxito de esta innovación dejó tremendamente impresionado al mismísimo Bertold Bretch que asistía como público, hasta el punto de insistirle a Welles para que dirigiese una de sus obras. Desde entonces, han sido muchos los que se han mostrado interesados en fusionar estas dos manifestaciones artísticas. Más tarde y con el devenir del tiempo, cada nuevo avance tecnológico ha sido rescatado para el teatro; (Luces, sonido, escenografía, etc) pero, ¿es siempre útil y conveniente? ¿Qué se aporta con ello? ¿Son siempre compatibles, y en pos de qué? En la propuesta que nos ocupa, se persigue al parecer; un aligeramiento de la representación, una economía del personal actoral -abundante en el teatro Shakesperiano- y solucionar las siempre complicadas escenas de magia y de batallas, pero sobre todo hacer gala de la inclusión en esta pieza, de las últimas vanguardias tecnológicas.
La puesta se concibe entonces sobre un escenario de escueta escenografía, en la que una semi traslúcida pantalla fragmenta en dos la escena, y sobre la que se proyectan imágenes en tercera dimensión relacionadas con lo que ocurre en ese momento en la trama. De este modo, se dejan ver de forma simultánea a los actores que se colocan detrás y delante de esta especie de ciclorama, consiguiendo con ello, un efecto óptico que fusiona la realidad escénica con montajes previamente filmados. Pero lamentablemente la interacción entre estos tres planos no siempre funcionó. El corte de parlamentos dichos por los actores en sus primeras partes tras la pantalla y terminados en proscenio luego, atentaron contra la dinámica de la obra. El tiempo empleado en el traslado del actor dejaba un injustificable vacío.
Las escenas de las hechiceras que premonizan el futuro de Macbeth como Rey de Escocia, así como la escena añadida entre Lady Macduff y su hijo, fueron tratadas con fotogramas cuyos movimientos resultaron repetitivos hasta la saciedad. Se rompió definitivamente con la fantasía que se pretendía crear y ambas evidenciaron la falta de riqueza del material fílmico. Los problemas de sonido que hicieron ininteligibles las voces grabadas en off, dificultaron, en lugar de facilitar, el seguimiento de la historia. El abuso de la tecnología visual para lograr multiplicar en las escenas de conjunto la cantidad de personajes que debieran aparecer en escena, rayó en la monotonía. En el sentido actoral es necesario destacar el trabajo encomiable de Pepa Pedroche en el papel de la ambiciosa Lady Macbeth y de el Oscar S. Zafra como Duncan/Macduff. En la primera su dicción del texto y dominio de la escena resaltaron de forma evidente, aun en los momentos en que fue colocada en una situación comprometedora y difícil de solventar. En el segundo, su potente voz y su contundencia interpretativa le hicieron lucir de forma notoria. La inclusión de fragmentos de arias y coros de la homónima ópera de Giuseppe Verdi, fue desacertada. En lugar de aportar fluidez hizo más rígida e incomprensible la representación. La peculiar traducción de la obra tampoco resultó muy fructífera, especialmente el monólogo correspondiente al personaje de Malcoln al final de la obra, defendido como mejor se podía por la actriz Belén de Santiago. Las interpretaciones del resto de los actores, incluido el Macbeth de José Tomé, dejaron mucho que desear.
Si bien estamos abiertos para la recepción de nuevas concepciones interpretativas de los clásicos, en ningún caso se puede pisotear el texto y lógicamente la proyección vocal imprescindible en teatro, es innegociable. Por todo lo anterior sería necesario entonces, al invertir e introducir nuevas ideas experimentales en el teatro, valorar qué se gana y qué se pierde. La innovación debe aportar algo positivo y sobre todo no debe jamás atentar contra el trabajo del personal humano en la escena. La obra dura una escasa hora y media y se ahorran varios salarios en figurantes, pero, ¿merece la pena?
Habaguanex
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