Luces de bohemia. De: Ramón del Valle Inclán. Dirección: Lluis Homar. Dramaturgia y composición musical: Xavier Albertí. Escenografía y vestuario: Lluc Castells. Iluminación: Albert Faura. Diseño de sonido: Roc Mateu. Elenco: Fernando Albizu, Enric Benavent, Ángel Burgos, Jorge Bosch, Jorge Calvo, Gonzalo de Castro, Javi Coll, Mariana Cordero, Gonzalo Cunill, José Ángel Egido, Rubén de Eguía, Sergio Gómez, Adrian Lamana, Jorge Merino, Nerea Moreno, Isabel Ordaz, Luis Prado, Miguel Rellán, Marina Salas. Teatra María Guerrero. CDN.
Los personajes psicológicos han ido a pasearse al callejón del gato. En la progresión de la trama de esteLuces de bohemia del Centro Dramático Nacional, dirigido por el actor Lluís Homar, queda bastante atenuada la justificación de las acciones. Una nube de tragedia, de fatum estático, sobrevuela la escena durante toda la representación. Así es la obra del dramaturgo gallego.
El mobiliario estuvo formado por unas cuantas mesas, sillas, y una tarima multifuncional, que tan pronto hacía de mostrador de la tienda de Zaratustra, tan pronto hacía de barra de taberna. Sencilla resolución para desarrollar las quince escenas de la pieza de Valle Inclán. Por otro lado no se descuidaba la estética visual del montaje: unos madrileños adoquines de colores muy vistosos cubrían las tablas. Dos muros que simulaban pared de ladrillo, colocados oblicuamente en los laterales. Y el espacio escénico aprovechaba escotillones para entrar y salir, así como una pasarela elevada al foro para algunas transiciones y diálogos.
Hay varios momentos en la obra que son aportaciones de la concepción escénica, como un boquete abierto en medio del muro, dejando caer una turba de libros sobre la que morirá finalmente Max Estrella. O la acertada iluminación de las escenas finales, en el las que los personajes, velando al difunto, proyectan su sombra alargada sobre suelo y pared del foro. Hay por tanto una cuidada evolución dramática en la luz, que va haciéndose frontal a la escena como si de un atardecer o amanecer se tratase. La iluminación es uno de los aspectos magistrales de este montaje.
En mitad de una escena cayó por accidente fantasmal un teléfono que estaba colgado en la pared. Es el que debería usar, en la unidad seis de la obra, el director del periódico El Popular, para gestionar la liberación de Mala Estrella. Y lo hace, pero teniendo que recoger del suelo el accidentado objeto, que anteriormente provocó la distracción de los actores con el golpe seco de su caída. Ese detalle casual, quizás provocado por las fuerzas cósmicas, benévolas con el poeta ciego, avisó excepcionalmente de que este no debería haber retado a la noche, provocando su tragedia y la de su hija Claudinita y Madame Colette.
Esta tragedia solo puede expresarse mediante una estética sistemáticamente deformada. He aquí la cuestión. Esa dimensión tan particular de la obra parece nutrirse de colores intensos a la vez que sórdidos y castizos. Puede que el despojo de toda acción superficial, la quietud de la caricatura, sea la clave estilística del esperpento, a falta de espejos multiplicadores y técnicas imposibles. Así lo dice Alonso Zamora Vicente, en el interesante libro La realidad esperpéntica: “la visión esperpéntica casi no deforma nada, sino que deja al desnudo, en toda su miseria, la realidad misma (o cierta zona suya). La bohemia literaria (la «golfemia», como decían los castizos), la del aguardiente, los sueños sin salida y la vergonzante pobreza, fue tal como se pinta.”
La interesante propuesta del CDN respeta el peso del ingenio y la certeza del verbo de Valle. La contención y el estatismo de los actores resultó aquí apropiada para transmitir la esencia de esta obra eterna.
Fabricio Barreiro
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